S N'ti

Sé que ésta no es una canción,
ni siquiera un poema,
porque estas letras
salen del corazón.

Y si dijera que cuando te beso
se me para el mundo,
que cuando me vaya yo
no habrá calor en mi interior.

Es sentir el candor de tu pelo
rozando mis labios,
al tiempo que cierro los ojos,
y palabras como tú y como yo
se hacen meros artificios,
que unidos
se convierten en nosotros.

Es sentir la suavidad de tu piel
deslizándose entre mis dedos
en el sofá aquel…

Es sentir el recuerdo
de aquella habitación,
en aquel lecho
latiendo el corazón,
y sentir de nuevo tu pecho
estremeciendo mi interior.

Es sentir el calor de tus brazos
abrazándome en el adiós…
No puedo amor, no puedo
desistir y decir con dios,
porque para mí la felicidad
es estar a tu lado.
Hallarte acompañándome sentada
y mirarnos con complicidad,
y besarnos, y sentirnos,
y pensar en nosotros,
y en el día,
en que decidimos apartarnos
Mal día…

Es sentir la suavidad de tu piel
deslizándose entre mis dedos
en el sofá aquel…
Es sentir la suavidad de tu piel
deslizándose entre mis dedos
en el sofá aquel…

Es sentir,
Es en ti...

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De juegos que matan antes de que amanezca


ACTO I
YIN
Antes de que amanezca, volaremos,
antes, aún, de siquiera pensarlo,
habremos empezado a soñarlo.
Es de noche, e intentarlo podemos.

Baila como el águila de Patmos
su réquiem, abrázalo y hazlo.
No lo dejes diluir, es vano negarlo,
antes de que amanezca, ¿nos vamos?

Nace el alba, y un corazón desgarras,
qué importa si lo vemos como el primer día,
si antes de que amanezca, soltamos amarras.

Es igual, es de noche todavía,
somos tan sólo dos palabras,
tú y yo, que una serán al mediodía.


ACTO II
YANG

Te vi mirando los moldes de la pasión,
me fugué contigo y lo sabes, por qué
dirás, si a eso respondo besándote
con la mirada frágil, de la intuición.

Jugaste conmigo, caos en la sinrazón.
Qué decir si ambos, hablando en parné,
en plata, desviamos la mirada ahogando tal vez
las ganas y un susurro, en el caparazón.

Ahora es difícil jugar con esos dados,
nos revolvemos en nuestro sitio, e inquietos,
perdemos la mirada, si en la cama nos rozamos.

Infiernos que arden, condena de sonetos,
cielos que albergar no pueden a desdichados
que se dijeron no, y alzaron parapetos.






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La Ceguera del Alcotán

La razón no lo acepta. La razón no comprende que hay cosas ciertas que no pueden ser demostradas. A los que practicamos este principio, los del “norte” nos llaman “irracionales”. Somos irracionales porque habitamos en los sueños, porque prescindimos del método, porque dos más dos nunca son cuatro, porque anteponemos la intuición al cálculo, porque nuestros diez mandamientos se resumen en uno: vivir, porque siempre arriesgamos, porque caminamos con las manos en los bolsillos, porque pensamos en voz alta, y porque no adoramos a la ciencia.


J.J.B.
Escribiendo desde el Sur.

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Tiempo

Me pregunto por qué escribo.

Darle sentido a mi vida. Es el deseo de perdurar, de dejar huella. Por ello, trato —entre otras— de escribir y poner negro sobre blanco mis pensamientos por si alguien está dispuesto a echarles un vistazo, aunque en realidad poco importe que los tengan en cuenta o no. Todo se ordena cuando me derramo en los demás. Yo —al menos— sólo tengo cuando doy.

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Vodevil

-He visto con mis propios ojos el poder de los ideales. He visto a gente matar por ellos y morir por defenderlos. No se puede besar un ideal, ni tocarlo o cazarlo; los ideales no sangran, no sufren, y tampoco aman. Pero yo no echo de menos un ideal, echo de menos un hombre.

-Espero, seas quien seas, que escapes de este lugar.
Espero que el mundo cambie y que las cosas mejoren. Pero lo que espero por encima de todo es que entiendas lo que quiero decir cuando te digo que aunque no te conozca, y aunque puede que nunca llegue a verte, a reírme contigo, a llorar contigo o a besarte, te quiero.
Con toda mi alma, te quiero.
Vi veri universum vivus vici

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Navegantes

De nuevo frente a frente. Imagino con curiosidad ese futurible bañado en el quizás, que un dios menor seguro burlará de realizar.

He de reconocer que ésta no es la situación que soñé una noche de hace varios veranos… Nos estamos mirando frente a frente sentados aquí en el Café del Mar, y tu mirada aún estremece los pilares del ayer. Sabes, pensaba en otro contexto, no sé, otro panorama. Lo sé, soy un romántico de estación, pero a qué negarlo si ése soy yo. Tú pides una copa, yo sólo un segundo, arriar mi bandera frente al cabo de poca esperanza y brindar por nosotros, navegantes de distantes mares balanceados en un pasado en constante vaivén. Ahora que has encauzado tu vida encaramada en el bauprés de tu propio navío, y el mío apenas ha amarrado un suspiro en tu puerto, no sé ni cómo decirte que me siento extraño.

Supongo que es ley de vida, cosa de tenerte a pocos kilómetros de nuevo, tan cerca…y tan lejos.

Las pasiones pasadas nunca pasan, ni cesan sus ardores.

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Fígaro

Me llamo, pues, Fígaro; suelo hallarme en todas partes, tirando siempre de la manta y sacando a la luz defectillos leves de ignorantes y maliciosos; y por haber dado con la gracia de ser ingenuo y decir a todo trance sin sentir me llaman en todas partes mordaz y satírico; todo porque no quiero imitar al vulgo de las gentes que, o no dicen lo que piensan, o piensan demasiado lo que dicen.

Mi nombre y mis propósitos
Revista Española
15 de enero de 1833

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Dos metros

Una de la tarde, domingo. El calor del incienso prende de aroma y color la escena, mientras de fondo suena Bob Marley; parpadeo de milenios fundidos en un solo momento. Un hombre da la espalda a la noche anterior apoyado en la ventana, fumando un pitillo absorto, pensando en que el camino que separa un primer beso del último es corto. En la mano un vaso de leche sostiene, no así su acompañante femenina, quien sentada en el sillón observa el torso desnudo de su compañero entre el claroscuro que el sol de mediodía brinda a la estancia. Lleva puesta su camiseta, único abrigo que de él esta noche ha recibido. En ese extraño mes de Octubre —al igual que durante cierto tiempo atrás— las mentes han perdido la inocencia y la cordura, dejándose arrastrar por una senda que él no está dispuesto a seguir. Por eso continúa dándola la espalda, aspirando entre caladas un aire cargado de feromonas y tensión; frío y calor sutilmente hermanados en la inmensa distancia que suponen apenas dos metros. Unos metros que rubricarán para siempre la seña de la memoria.


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Prólogo

Este no es un libro al uso. Para empezar, te diré que aún no sé ni cómo he llegado hasta aquí, ni cómo es que estoy delante de una pantalla tecleando para ti. Supongo que era cuestión de tiempo. Sí Sara, creo que ha llegado el momento –mis amigos lo calificarán de prematuro, pero qué narices- de transmitirte o de al menos intentar hacerte llegar mi visión sobre este Mundo que tú y yo pisamos, y del que nadie sabe –sabemos- cuál será el futuro que le depara. Te hablaré de pasión, de lágrimas, de resignación, de libertad, de felicidad, del tiempo, del amor… De nuestro YO en medio del enjambre de personitas que nos rodea. En realidad me has de perdonar; me vas a servir de meta para plasmar en papel todo lo que hasta el día de hoy, a mis veintiún años, he podido sacar en claro. También –cómo no- quiero pedir disculpas al hipotético lector que repase sus dedos por estas paupérrimas páginas, he sido un desconsiderado al no hacer las presentaciones pertinentes. Sara es mi sobrina. Está a punto de cumplir ocho años y ya apunta maneras. Habla con la mirada. Es de esas niñas de enormes y profundos ojos azabache que miran más allá de cualquier apariencia o convención. Ya ves Sara, en qué cosas nos fijamos algunos para quedar reducidos a la nada al primer vistazo…

A Sara y a ti, lector, os voy a hablar de una manera de ver la vida que a mi juicio resulta muy rentable. Quiero que eches un vistazo en derredor. ¿Qué ves? Yo te lo diré, gente, mucha gente atareada y con prisas que de un lado para otro arrastran su vida, esclavizados por múltiples razones que a todas luces parecen enormes muros insalvables, y que –además y para colmo- entre los cuales parecemos todos abocados un día a vivir. Permíteme hacerte llegar mi humilde receta para hacer de tu existencia algo provechoso para ti. Y es que, sin ambages, creo firmemente en el YO, en un individualismo apoyado en los demás que nos permita desarrollar y sobre todo, experimentar las múltiples caras y sabores que la vida nos reserva.

Solo me resta hacer de esta lectura algo provechoso y ameno, algo que nos anime a adentrarnos en el apasionante mundo interior de nuestra realidad. Demos la mano de la duda y el primer paso. El segundo es cosa tuya.

¿Comenzamos?

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Deseo

Seguimos la serie de moralejas. En esta ocasión permíteme dar la mano a la sesión de las doce, o si lo prefieres, de adultos. Una historieta que –espero- hará reflexionar sobre esos momentos en los que perdemos la conciencia para dejarnos mecer en la ilusión de un momento íntimo.

Hombre y mujer, vida y muerte del sentimiento al abrigo de las sábanas, clímax y descanso de la pasión redimida con un beso y un abrázame a tiempo. Praxis salival en la vega del Guadarrama. Ella, aún excitada, jadea y sonríe. Te mira y sabes que es un momento especial y vulgar a un tiempo. Por qué, te preguntarás, pues porque sentimiento y acción se disocian en el momento en que rutina y costumbre se abrazan. Vulgar como lo son todas esas historias de teletienda, revista y salsa rosa, y a la vez especial porque acabas de regresar de un mundo irreal en donde las sensaciones dominan la existencia, donde el placer obnubila la razón, lejos de cualquier estigma o convención social.

Sin duda lo has pasado bien. Claro, si nos atenemos al acto en sí podemos decir el día de mañana yo nunca estuve allí, qué va, nunca ocurrió. Pero está ahí, y te mira en silencio, sin nada que decir, sin nada que hacer, sin nada que contar… Mañana esta historia será una más, y sin duda no será discernible de otras tantas, por lo que te limitas a vivir el momento sin reparar en el futuro. Un beso y un hasta la próxima sellan al alba todo cuanto de pasión y deseo os hicieron rozar las estrellas. Charlar de tú a tú con la inconsciencia orgásmica te hace pensar al día siguiente si vale la pena sentir sin sentir, besar sin entregarte. Depende –como todo- del cristal con que se mire. Habrá quién lo defienda a ultranza, sexo, libertad, anarquía sexual y tal… Otros lo repudiarán escudándose en la moralina de siempre, y otros –entre los que me incluyo- aprobarán la libre decisión que entraña dejarse llevar, pero que sin embargo piensan que tanto en la vida, como en el amor, hace falta algo más por nuestra parte. Que no se trata de mirar egoístamente el sexo como si de una máquina tragaperras se tratase, en la que echas monedas hasta que cae una, sino que siendo más selectivos esos momentos pasan de ser normales a especiales, por cuanto que aportando una pizca de sentimiento –sin pasarse, eso se lo dejo a los enamorados- le das ese toque particular que la complicidad nos brinda.

En cualquier caso -como digo- probar es sano. De lo que depare el futuro nos encargaremos cuando llegue, que esta noche el crepúsculo ha señalizado con una estrella nuestra particular odisea emocional.



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Reencuentro

Esta es la historia de un hombre que cabalga las sombras, de un hombre que gusta mecerse en el paso del tiempo mientras observa el mundo que lo rodea. Una historia en letra minúscula, y al tiempo de airadas pasiones y profundas resignaciones. Una historia en definitiva de las que acaban perdiéndose, y de la cual no quedarán más que bisoñas estrellas bautizadas anónimamente por el protagonista. La historia de un hombre escrita por las mujeres a las que amó.

Comienza esta serie de ripios relatos en la bocacalle que media entre la fugaz mirada de una mujer y una avenida adornada con vetustas luces de navidad. Son las ocho de la tarde de un desapacible anochecer de invierno; el lugar, no otro que la ciudad de Madrid, aunque podría servirnos cualquiera, a fin de cuentas semejantes son las historias, parecidos los sentimientos que afloran, pero diferentes los hechos que llevan a las mismas a buen puerto o al temprano naufragio del adiós. Nuestro particular don quijote camina a buen ritmo acuciado por el llanto del cielo, que hasta ese momento no se parece decidir a tomar un respiro. Imbuido en sus pensamientos no repara en la hora que es, y al llegar al número 101 se detiene absorto y perplejo. Es un hombre que vive la vida jugando con los pequeños detalles; dice: “¿De qué si no están hechos los recuerdos, nuestro equipaje del mañana, sino de minucias que nos calan más que cualquier tormenta?” Sin duda ese número -ese “palo cero palo” como dirían algunos- encierra un gran misterio que algún día resolverá. Hasta ese día se limita a verlo aparecer cual Guadiana en su cotidianeidad. Volvamos al 101 de la avenida, en el portal del edificio una mujer trata de abrirse paso hacia el interior manoseando un manojo de llaves, pero al reparar en el hombre que se ha detenido ante ella se da media vuelta. No hay diálogo ni intercambio de palabras, no. Sabe perfectamente de quién se trata, y eso la tranquiliza en parte, mas han pasado años desde la última vez que de sus labios surgió su nombre. Él repara en el color del cabello de su particular coincidencia, a la luz de las farolas semeja el brillo de un atardecer en su hora dorada. Las miradas se cruzan, se estudian como por encargo de una pasión perdida años ha. En aquel tiempo eran jóvenes de apenas veinte años, y su historia no devino en poco más que momentos de intimidad y furtivas experiencias a la luz de la luna de un pueblo lejano. Quedaron sin embargo rescoldos, y la llama aún derrama cera en su recuerdo. Pasan de las miradas a los hechos según se van erizando los vellos de la nuca, y funden pasado y presente con el roce de una caricia brindada a tiempo.

Si algo han aprendido con los años es a no pensar demasiado en el mañana, a actuar en el ahora, a olvidar la indecisión que aflora en los momentos en que no se sabe valorar lo que se tiene, ni de lo que en juego se libra en la arena de los sentimientos. A fin de cuentas siguen siendo jóvenes de vuelta de la vida, y tienen claro que de los encuentros del hoy podrán o no surgir las relaciones del mañana, pero que difícilmente las ilusiones e imaginaciones “antes de” terminan por cumplirse.

Como rezaban aquellos versos:

Vivir no es sólo existir,
sino existir y crear,
saber gozar y sufrir
y no dormir sin soñar.
Descansar, es empezar a morir.

De la mano de las experiencias crearemos nuestras vivencias. Que no se trata de vivir sin más, de esperar en un limbo de cómoda y cálida poltrona a que todo se aclare y los sentimientos se ordenen, sino de experimentar absolutamente todo para poder saber quedarnos con lo que nos realice como personas. Como mujeres y hombres estamos obligados a ello, nadie dijo que fuera fácil, mas… ¿valdría la pena dejar pasar de largo las oportunidades? Personalmente –ahora que he tomado parte en esta historia pasando de narrador a personaje- creo que no.

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Momentos

Hay momentos que vienen y van, momentos que se van y no vuelven a pasar. Momentos, secciones del tiempo, segmentos divididos en pos del auténtico sentimiento. Minutos de la imparable morralla más canalla, ratos en los que el corazón se para, se pasa esperando de frenada, y tras una puerta calma su imponente galopada. Alocada, sí, no ya al trote, sino al galope se nos escapa por la garganta, preguntando al sino si no es él un fantasma, cíclope dando la última estocada.

Ring, ring, suena el móvil. Es Pandora llamando, anhelando tu vuelta, suspirando tu regreso, inmóvil ante el vaso, la jarra o la botella, y llora. Qué haces en ese momento, es otro tipo de sentimiento, es distinto, cambiante, ya no es el vino tinto que embriagaba tus desvelos, ya no es quién hacía caer los miedos. Ahora suena desafiante y suplicante a un tiempo. Ah, momentos…

Cuelgas el móvil, dieciséis minutos parlando, llorando décimas digitales mientras el contador sigue sumando, y es que es así, no hay momentos sin sarmientos, como no hay vida sin portentos, vil Caronte llevando por delante todo atisbo de amor, estertor que un día desde tu interior brotó con gran ímpetu y mejor semblante.

Imponte, dice tu conciencia, mas no la escuchas, no la atiendes, pues en esos momentos no entiendes de apariencias. Y coges el coche y te plantas en tu nueva vida, en las nuevas sensaciones que esperas dar y recibir. Esperas, y sigues esperando, repasando con poca memoria los ojos que una tarde, con visos de los que arden, prometieron al descuido, y no a lo sumo por olvido, ser tuyos robándote el alma. Fría calma en la tempestad sin oídos, de los que un día huérfanos quedaron de calor y de cariño.

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Estrellas

Qué hacer cuando quieres y no puedes, cuando no sabes valorar lo que tienes, cuando olvidas por qué vives. Es difícil pensar en la paz que este estado nos brinda, porque entre luz y estrellas tu alma grita. Quién sabe, quién sabe… es la hora o la cerveza, los litros o la espuma que envenena, son los meses o los días, las semanas en las que tu vida meces, o esos amores dorados sobre los que asientas tus memeces, tus paranoias en la noche, esperanzas que adoleces al tiempo que en tu vida se guarecen íntimos deseos de besar, siguiendo en tus trece, placeres. Hombre, mujer, vida y muerte del sentimiento, azote sin escarmiento de mentes impunes, olvidadas en el ayer, y sin embargo recordadas en el tañer de los comunes, de los que nadie, ni el mismo lucifer, escapa de su imparable trascender.

Continuamos, seguimos la senda y qué nos encontramos, es el olvido, el retiro de los que nos rodean, de los que un día amamos y no amamos. Indecisos, oh sí, indecisos, como niños, inmaduros y caprichosos, seducibles con miradas y promesas de noches de cuartos oscuros, dolorosos guiños de soledades anunciadas. Hadas y princesas que desesperan en la vana espera de un príncipe azul de botas moradas y castillos en lejanas tierras bañadas de sol sin nubes, y de noches sin moradores en los albures de la primavera; son estrellas sin rumbo, fugaces, procaces, damas y caballeras se presentan con su halo de misterio, y no son nada, no son más que el improperio que de fondo se oye al son de melodías urbanas, callejeras arrimadas al sol que más calienta, verdes y mundanas rendidas al guiño tintineo en fajos y billetes que vienen y van, ¡como relámpagos en la tormenta!

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Tic Tac

Otra noche más, de madrugada. Esperando al alba tumbado en el sofá divago entre las brumas de una imagen sentada junto a mi cabeza. Y venga a darle vueltas, oye, que no hay manera de despejar la mente. Podría decirse que vaya, que en qué cosas piensa la gente. Pero mira, me suda la polla. Oh, ha dicho un taco, huhuhú, qué le pasa a éste. Pues no lo sé, o sí. Resulta que la niebla que envuelve los caminos por los que transito es torticeramente obstinada, y ya me da igual todo.

Calada va calada viene se pasan los minutos, tic tac, suena el reloj. Tic… tac. Delirios velados de amores y horrores, de sufrimientos y gozos, de ausencias y presencias no deseadas, como la sombra que continúa sentada junto a mí, que la lista ni se mueve, y susurrando, acaricia el lomo de diamante del quinto corazón que esta noche estreno en vano intento de digresión.

Me levanto y ojeo una revista a la luz de la luna. Parecen felices esos actores, y me pregunto, ¿lo son? ¿Acaso eres feliz? Me dirijo a ti ahora que me lees. Pregúntate si lo eres, si la vida que llevas es la que imaginaste. Oh, espero que sí, que me repliques con un sí alto, tan alto como las estrellas. Porque si no, amiga, es momento de replantearse algunas cosas. No encontrarás en lo que sigue lecciones, ni preguntas, ni siquiera verdades, no. De haberlas me las habría cuestionado antes yo, ¿no crees? Por el contrario, mi pequeño aporte versa sobre los principios en los que construimos los futuribles de nuestra imaginación, que optimistas por naturaleza tratamos de cimentar en la realidad.

En qué nos fijamos para darle fuego a nuestra existencia. En nuestro entorno obviamente. Y dime, princesa de la noche —perdona si te imagino mujer, es la inercia del verano—, ¿es ese entonces, ese ahora, el hoy que nos hace tener el alma en carne viva, el que nos hace bailar a su ritmo sobre el cálido colchón de lechos perdidos? Me explicaré mejor. ¿Crees que nuestra realidad se cimienta en experiencias pasadas, o es en las futuras en las que proyectamos nuestras esperanzas? No lo sé. Porque a grandes rasgos todo se reduce a la manera en que miramos a la vida. En pasado, presente, futuro, o tecnicolor. Es lo mismo, lo que todos nosotros sentimos —ya está bien— no vale una mierda si no lo exteriorizamos, por lo que de todo esto sólo he podido sacar algo en claro: Vive y siente ahora, porque el crepúsculo llegará, y lo que pierdas esta noche, difícilmente lo recuperarás mañana.

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La petite mort

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Al caer la noche

Sentado en el taburete saboreo los últimos y melódicos sonidos de la madrugada, y de paso observo al contraluz de la persiana —por las rendijas— dos siluetas y una luna a la que un día juré llegar de la mano del corazón, mientras cabalgaba de la palabra sentimiento en mi interior.

Sombría la noche parece ser para dos simples gatos, que apoyados en el árbol, parecen cómplices en su divagar. El felino de la izquierda yergue sobre sí años de experiencia entre la humana podredumbre, como si tal cosa para él no significara más que unos simples medios de supervivencia. Pero el caso es que no, y esta noche al abrigo tanto del humo que hipnotiza como de la paranoia carontiana, el gato se marcha del lado de su Destino, abrazándolo a un tiempo con cuasi humana perplejidad. Lo veo alejarse despacio, sin prisas, cual si bebiese imágenes que sólo él y sus silencios contemplaran en soledad. Atrás queda su compañera, ama de llaves de su corazón, que un día decidió dominarlo con una simple mirada y un par de sonrisas. Debe de ser una decisión dura, resuelvo. No puede ser de otra manera, pues aún en la distancia se palpa la resignación del finado, o la ausencia de calor en un pecho resecado por meses de continuo derroche de sí mismo, aún en la necesidad de su compañía. La gata —gamba de aguadulce— permanece sentada observando la luna, al tiempo que imagino trata de decidirse. Ir con él o continuar sola, dar la mano a la oportunidad de emprender un camino al que sólo las estrellas tienen acceso, o abrazar la agridulce sensación de una ilusión llamada ensoñación, Papá Noel rumbo al desvanecimiento de una esperanza, o ruptura en la vana espera de un sueño imposible. Y mientras tanto el gato se ausenta, cada vez más lejos de ella, mas con cada latido mayor es la unión del sentimiento y la razón, y a la silueta, y al olor que un día lo embriagó de dulzura, y al reflejo de su pelaje, y al brillo de sus ojos, y al sabor de sus labios, fieles compañeros de memorias redimidas. Camina lento e inseguro en su ademán, pero férrea es su voluntad, y firmes y sinceros los sentimientos, amigos inseparables en la bella estampa del anaranjado crepúsculo.

Se hace tarde y cierro la persiana, la felina se ha puesto en pié, y no quiero saber qué decidirá; impresiona verse reflejado en el sesgado fulgurar de una mirada.

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Recordando


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Lágrimas de la nada

Dos gominolas. Así empezó todo, con dos simples caramelos. Es curioso comprobar cómo con los más nimios gestos se pueden desencadenar las mayores turbulencias. Recuerdo —escribir me sirve para ajustar la memoria— que aquella tarde, por causas desconocidas saltó un aviso en mi interior. Cuidado que te está gustando, venía a decir esa voz susurrante que algunos llaman conciencia, pero que yo prefiero atribuir a esa pequeña chispa del Todo que nos rodea. Y así fue. Digamos que es la historia típica —relatada además con anterioridad— de dos jóvenes. Pero ahora han pasado un par de meses y todo es demasiado complejo como para tratar de describirlo con palabras, y sólo las lágrimas de la nada han sido capaces de hacer acto de presencia la noche anterior. Lágrimas secas hechas a medias de resignación y profunda reflexión. Unas lágrimas existentes tan sólo para el nudo en la garganta que acompañaba esos momentos, lágrimas de necesidad y a un tiempo de firme voluntad de seguir adelante por encima de cualquier quimera.

Son las diez de la mañana y apenas ha dormido; la fiebre ha hecho acto de presencia y su ser es rodeado con el tenue manto de la duermevela. Hace calor, y esa sensación reaviva los recuerdos de hace apenas seis días, en los que nuestro anónimo protagonista deseó parar el mundo y dormitar para siempre junto a ella. Supongo que es una sensación que habrán experimentado alguna vez, esa clase de sentimiento que te cala hasta los huesos y te deja prendado de un rostro inocente. Son imágenes que quedarán grabadas para siempre, y sea cual sea el final de esta historia —de la cual el protagonista se siente irónico partícipe—, ronda la certeza de haber merecido la pena. El dolor, la emoción, las risas, las penas, juntas hacen de este ripio relato de la vida de un ser anónimo en el mundo, de un ser asolado ante las circunstancias que lo rodean y centrado en el sentimiento, un relato del tragicómico discurrir por el camino que hacemos al vivir. En cualquier caso no importa, porque a pesar de las dificultades que nos rodeen debemos ser capaces de estar por encima de ellas, de vencer los miedos y las indecisiones que nos asalten a base de saber leer en el corazón de las personas implicadas; de esos seres que un día aparecieron en esta esquina de un pequeño punto azul en medio de la nada. No rendirse es el primer paso, el segundo, aún resta por descubrir…

“No queda sino batirnos.”

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Siluetas

La noche cerrada recorta una silueta a la diestra de mis voluntades; resguardados en el dormitorio, es como si la luna entera derramada sobre los tejados tratara de ser testigo de excepción de los delirios de una noche de verano, pareciendo preguntarse hasta dónde llegarán esas manos que sabes tuyas, pero que sienten y piensan movidas por algo más importante; marionetas de tu particular Mr. Hyde. La pregunta que me planteo en este momento es si lo que ven mis ojos es real, o si por el contrario ruedan por los caminos de mi mente demasiadas fantasías. Todo ocurre como en una película, pero qué es lo real, sino un sueño a medio camino entre la duermevela y la lucidez, de tal modo que en los momentos en los que parecen mezclarse ambos mundos podemos en el acto morir, y además morir tranquilos; eres libre. Es una locura, pero piénsalo, llegas por vicisitudes del momento a fundir ensoñación con vida real, y el mundo entero es sentido cual si de un cine se tratara, porque no eres dueño de ti, tan sólo mero espectador. Consciente y subconsciente ahora son uno, o si me apuras una dualidad trastocada de papeles, por lo que te limitas a sentir la ausencia de pensamiento mientras tus dedos se deslizan por la silueta. No sabes si es un sueño o es la realidad, pero en esos momentos el todo es más que la suma de las partes, y un fragmento de ti queda para siempre enclavado en aquel rincón, no quedando sino dejarse llevar.

Y sin embargo es real…

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La noche es pelirroja

¿Sabes lo que se siente cuando ves que los hechos escapan a tu control, que no importa el hoy, o el mañana, porque es tarde, y sin hacer nada te plantas en el trecho sin salida que media entre la impotencia y la confusión? Es jodido, es un sentimiento realmente jodido. Ocurre que en ocasiones todo se va a la mierda porque no haces nada; te quedas plantado viendo tus oportunidades pasar, y en lo que dura un suspiro arrancado a la desilusión te ves solo. En otras situaciones todo se desmorona porque no haces nada, cuando se supone que debías haberlo hecho, o al menos se supone que así debía ser, y zas, al carajo. Como suele decir un amigo: deberían enseñar que todo se va a la mierda, simplemente; que es igual lo que hagas, o digas, o pienses, actúes o no, todo se acaba hundiendo como el Titanic, sin prisas pero sin pausas, de tal manera que nada más zarpar sabes el fin de la historia.

Me quedo sentado frente al teclado según voy recordando los hechos, y aún me parecen seguir mirando aquellos ojos. Pero no soy yo al que miran, porque ahora me veo como a un extraño, y la pareja que desafía el frío de pie, en un camino de tierra tras unas casas, alumbrada por sólo unos vestigios de luz anaranjada, no es sino nadie, apenas dos sombras que se miran a escasos centímetros el uno del otro. Y gracias precisamente a que me veo como a un extraño que pasa casualmente por ahí, al que no importa dicha escena más que algunos sentimientos encontrados, es como si no fuera conmigo. Pero el problema es que sí va. Y es probable que escriba para olvidar y traspasar al papel todo lo que siento, para poder descansar al fin. En realidad no lo se, por una parte deseas olvidar, pasar página, pero ciertamente no puedes porque el mundo del ensueño y el recuerdo es algo bello, casi bucólico, y es fácil huir del presente resguardándote en la memoria. Ahora la pareja —o debería decir simples jóvenes—, que ni es pareja, ni lo ha sido nunca, parece separarse mientras mutuamente se emplazan a verse al día siguiente. Realmente es doloroso, sientes —o más bien sabes— que van camino del precipicio. Deseas ardientemente advertirles, pues aún siendo meras sombras de la memoria te acaban importando. Quieres gritar, lo intentas, te acercas, los tocas en el hombro, pero no existes para ellos. Quizá no hayas existido nunca más que para ti mismo, y tu doble —que en este momento ha cambiado de lugar y de escenario, mientras la besa en medio del bullicio de una noche de verano— resulte ser un pasatiempo, un juego del ardid de los Destinos.

Igualmente no importa. Nunca ha importado, ni debería preocuparme en lo más mínimo. El camino se ve distinto cuando lo transitas, y es un camino que debe ser recorrido alguna vez. Una vez más los sentimientos han de ser solapados ante la evidencia, porque el mañana no nos depara sino desilusiones cuando nos planteamos esperar algo bueno; el deseo y la expectativa son malos aliados, y ésa además no es nuestra guerra, ni siquiera nuestro bando, batalla o bandera, pues no hay arte o desgracia humana que describa con fidelidad el sonido acuoso y quebradizo que oyes cuando recibes un disparo. Y ese proyectil perdido llamado separación que estalla en tu interior no hace más que buscar tu alma para robártela y llevarte con ella, mientras te susurra al oído que es el final y Caronte espera. Sin embargo ocurre un milagro; es algo mágico sin duda, porque ya no tienes alma —te la robaron hace tiempo dos inmensas pupilas bañadas en caramelo—, y el disparo yerra, te hiere y sangras, pero el barquero se queda sin huésped. No puedes morir, estás atado a la vida, obligado a vivirla una y otra vez mientras transitas sus recodos y pruebas los distintos sabores que a todos nos reserva. Resultas al fin peregrino de personales horizontes y caminos, siempre con la moneda para Caronte en el bolsillo, pero también con la certeza de saberte dueño de tu propio Destino.

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Cuando éramos niños

En ocasiones me pregunto si todo lo que gira a nuestro alrededor, si toda nuestra vida, es producto de nosotros mismos o de algo más caótico y más complejo. Contaré una pequeña historia; de esas historias anónimas que de puro vulgares transmutan en verdades universales, en pequeñas esquinas de un laberinto bautizado en nuestro honor.

Es difícil recordar buena parte de ella. Me quedo sentado ante la máquina de escribir y clavo los ojos a través de mis palabras mientras veo aquel juego inocente —que ni es inocente, ni continúa siendo un juego—, en mitad de aquellos años de falsa seguridad. El roce del tiempo marcaría para siempre la memoria; y mientras escribo sobre estas cosas, el acto de recordar se convierte en una especie de reacontecer. Lo malo nunca deja de volver, vive en su propia dimensión, repitiéndose una y otra vez. Te encuentras plantado, ante la frontera de la vergüenza o el atrevimiento, y dudas. Por un instante vacilas entre el ir y venir de la mirada que observa a escasos centímetros de ti, de tal modo que casi oyes el latir de su corazón, o entre la lenta licuación del hielo de tu copa; han pasado muchos años desde que algunos de tus amigos emprendieron ese viaje, ese transcurso sin retorno entre la juventud y la niñez que ahora te planteas transitar. Pero el problema no radica en el éxito o el fracaso en la empresa que acometes en ese instante, se trata del gran salto al vacío que supone perder los infantiles miedos, para crecer como persona, para convertirte en el hombre que aspiras a ser. Los ojos te miran de nuevo, y todos los ojos del mundo; tus padres, amigos, hermanos, compañeros, políticos, granjeros, reyes, mendigos, tus abuelos, hijos nonatos, todas las novias que habrás de tener, o todos los problemas que habrás de superar, pues el mañana es ahora. Y sientes toda esa presión sobre ti, mas tratas de ignorarla resguardándote en “ella”, y al cabo te das cuenta de que todo es banal, que has perdido el alma en la profunda amplitud de unas pupilas, y ya nada es igual, no. Has dado el paso casi sin querer darlo. Entonces, perdida la inocencia y el temor, oyes el aullido desde tu interior animándote a decírselo. De repente el mundo se para, y todas esas gentes que creías fiscalizándote han desaparecido, no quedando sino “ella”. Y te lanzas al camino…

Supongo que en cierto sentido tienen razón: debería olvidarla. Pero el problema es que recuerdas porque no olvidas. Tomas el material donde lo encuentras, que es en tu vida, en la intersección del pasado y el presente. Todo lo que puedes hacer es elegir una calle y viajar por ella, expresando las cosas a medida que van llegando. Ésa es la auténtica obsesión. Todas esas historias, recuerdos de una infancia en el limbo del pasado. Lo que se adhiere a la memoria, a menudo, son esos pequeños fragmentos extraños que no tienen principio ni fin.



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Esas gorras

No puedo evitarlo, al verlas se me sube la pólvora al campanario. Las ves, muy dignas ellas, encaramadas casi en la coronilla del chungo de turno, con la visera cuasi vertical, y como no, medio de lado. Rediós, que mala sangre se me pone. Y no puedo evitarlo, quizá sean los años, o simplemente sea el sentido común, la cultura, o el pensamiento crítico. O puede incluso ser mi cada vez más marcada tendencia de repulsa al rebaño, a la masa informe de gente desgarbada y sin más motivaciones que las de caer bien al grupo, sin ideas, sin nada más que su gorra, sus oros, y todo los abalorios remanentes de una sociedad en decadencia.

Como digo, es verlos y torcer el gesto. Es algo mágico, casi una exégesis hereje como salida de la nada. Algo que nace de mis adentros y que me hace elucubrar —entre dimes y diretes— ciertos pensamientos. Cómo si no —aún en la repulsión hacia todo aquel que acepta lo que le toca, sin planteamientos, sin cuestiones ni cavilaciones—, explicar que es avistarlos por proa, y bullir en mi interior el carcajeo, esa risa incontenible del loco que todos somos.

Es fácilmente explicable. Esos pensamientos encontrados a mitad de camino entre el asco y la risión no son más que reflejos naturales. Por qué, se pensará. Pues porque —mira tú por donde— la degradación conduce a la locura, a la histeria en principio individual y finalmente colectiva de una sociedad. Los ves venir y te preparas, sabes que en cuestión de segundos la bilis amargará tus pasos, pero a la vez tienes la certeza de que esas pobres gorras —las cuales no tienen culpa de nada, por cierto— van —vamos— camino del abismo, y te acabas riendo malévolamente para tu gola. A fin de cuentas uno es humano —uno, individual y particular; no muchos, colectivo o vulgar—, y termina mirando al frente al cruzarse con ellos, sonriendo, mientras barrunta la desgana, la ira, o la felicidad a un tiempo, y tiene la certeza de que las estrellas pronto se irán apagando…

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Vacua y cansada

Su forma de beber era tranquila, deliberada y melancólica; y cuando el vino empezaba a hacerle efecto cerraba la boca y rehuía la presencia de sus amigos. En realidad, cada vez que pienso en él ebrio lo recuerdo solo, en nuestra pequeña casa de la calle del Arcabuz, en la corrala que daba a la trasera de la taberna del Turco, inmóvil ante el vaso, la jarra o la botella; los ojos fijos en la pared de la que colgaban su espada, su daga y su sombrero, cual si contemplara imágenes que sólo él y su silencio obstinado podían evocar. Y por la forma en que luego crispaba la boca bajo el bigote de veterano, me atrevería a jurar que aquellas imágenes no eran de las que un hombre contempla o revive con agrado. Si es cierto que cada cual arrastra sus fantasmas, los de Diego Alatriste y Tenorio no eran serviciales, ni amables, ni tampoco grata compaña. Pero, como le oí decir alguna vez encogiendo los hombros con aquel ademán singular, tan suyo, que parecía hecho a medias de resignación e indiferencia: cualquier hombre cabal puede escoger la forma y el lugar donde morir, pero nadie elige las cosas que recuerda.

Las aventuras del Capitán Alatriste
Limpieza de Sangre (II)

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La hora dorada

No era aún cerrada la noche, ni había cesado el vuelo de los pájaros, pero era una bonita noche. De esas noches en las que la duermevela rocía con su manto de ripia idealidad todo lo que se le antoja; imágenes vivas y dolorosos recuerdos. En verdad no había finalizado la llamada “hora dorada”, esa hora en la que todo es más bello por el simple hecho de que la melancolía de un sol en fuga prende de color todo lo que alcanza. En esos momentos, aunadas tonalidad, candidez y presencia, eran solapados los sentimientos, no quedando sino deleitarse con la bella estampa del crepúsculo.

A un lado, como salida de la nada ondeaba una melena fogueada; siendo la mirada acaramelada de su portadora tan sumamente turbadora, que no alcanzaba a entrever su profundidad. La hora resistíase a morir, y mezclando el halo misterioso y particular que nos regala cada anochecer con el pulso de una mirada, engalanaba la estampa confiriendo cierto aire de momentánea causalidad a la mujer que hendía intenciones en los ojos de este quien escribe. Pero lo cierto no es sino la propia verdad de cada cual, y la causalidad no sabe de amos, azares o supersticiones, por lo que aquellos ojos —ya dije en alguna ocasión que soy coleccionista de miradas— que hasta ese momento escrutaban mis pensamientos apartáronse de mi, no sin antes lanzar una pregunta al aire: ¿Estarás mañana por aquí? Habían sido palabras pronunciadas con un deje de irónica y desiderativa interrogación —no sin cierto pudor reconozco mi previsibilidad—, pues ella sabía la respuesta antes de considerar siquiera formular tales dudas.

Y ese dulce que brinda los vientos marchó, mas no importa, porque a fe mía que volverá, como vuelven, y como siempre han vuelto, todas y cada una. En este mundo, estar contra todo y contra todos no implica obviar la irónica contradicción de morir por una mujer; como hicimos y como haremos todos llegada la hora. Sólo importará si ese agridulce dolor que conlleva el amor nos emplazará a seguir el camino, o a tomar la primera parada y ahuecar por la posta. Aún así, hagamos lo que hagamos, nada podrá borrar esos momentos de bucólica irrealidad al abrigo del ocaso, en los que se pueden reflejar cientos de miles de pequeñas historias paralelas —qué originales creemos ser, cuando vivimos momentos que se van y no vuelven a pasar—.

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Miradas

Hay miradas y miradas, lo sé. De hecho hay tantas como estados de ánimo y personas hay en el mundo. Esta afirmación no es baladí, aunque lo parezca. Nunca me cansaré de bucear en la mirada del amigo, o del niño, o del amor. Esas miradas, azules en ocasiones, verdes, marrones en otras, siempre dicen algo del interior de la persona. A veces me pregunto si no habrá algo más que un simple cruce de mirada, si por el contrario una coincidencia momentánea que provoca una sonrisa viene dada por diversos estímulos inconscientes a nivel hormonal, o si precisamente esos ojos son los que provocan la emanación de torrentes de sensaciones y deseos, de pensamientos, dudas o incluso tormentos en el crepúsculo de nuestra mente.

De cualquier forma es un tema fascinante. Hay días en los que parece que los astros o quién demonios controle los hilos que en ocasiones te llevan a la perdición, o en otras te sacan como por milagro de ella, estén de tu parte. Días en los que —aparentemente por casualidad— todo sale rodado. Es ciertamente un hecho curioso. Te levantas, te pegas una ducha y al mirarte al espejo descubres la primera mirada del día, que no es sino reflejo del ser que conformas en este ahora. Pero no termina ahí, porque ese brillo color miel que no son sino tus propios ojos parecen decirte desde el más allá que hoy es un buen día. Es lo de siempre, que si nuestra buena predisposición nos revierte durante el día y los demás en beneficios y ventajas. Pero a mí me da bastante lo mismo, porque estas líneas se están enrevesando y yo mismo me pregunto a dónde diablos quiero ir a parar.

Es igual, porque cada uno conserva en su memoria cierto número de miradas que lo marcaron para siempre. Y nadie elige las cosas que recuerda. Puedo ser yo, pero desde mi experiencia me permito decir que no hay nada que más cale de una persona que lo que estás pensando, en efecto, su mirada. Conservo unas pocas, pero al revivirlas me invaden las emociones. Tal vez se trate de eso, y la magia de las mismas radique en su perpetuación en el tiempo, reverberando en el alba del mañana…

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Ruedan los kilómetros

El coche cabalga las curvas como un apuesto alter ego de la ensoñación; a fin de cuentas las ilusiones, a medio camino entre el origen y el destino, no son más que meras imaginaciones y diversos futuribles de un devenir particular. El marcador ronda los ciento veinte kilómetros por hora y en las márgenes de la autovía pasan raudos los postes de la luz, o los molinos de viento que recuerdan viejas hidalguías. Dicen que no hay mejor lugar para pensar que un volante y cientos de kilómetros por delante; no se si será el mejor, pero es verdad que ayuda a perder la mente por diversos recovecos olvidados de la memoria, y de paso, revivir cada momento, cada caricia y cada suspiro, que al alba de los tiempos fueron cincelados en el corazón, y rubricados con el sello azul de una mirada.

De fondo rotan los cedés, emanando melodías que evocan pasiones y melancolías, permanentes compañeras de todo paria del sentimiento. Llega un descanso, paro el motor y suelto un suspiro. Es un bonito lugar, rodeado de montañas y con un riachuelo que provocaría carcajadas a nuestros vecinos del norte, pero a mí me gusta, tiene encanto. Puede que me identifique con ese arroyo, camina despacio y en ocasiones rápido, y en él viajan todo tipo de seres, peces, plantas arrancadas, trozos de plástico, brillos y destellos de lucidez, remansos claros y turbulentos esquinazos. Esta sombra reflexiva se sienta en la orilla y pierde el sentido oteando ese lejano origen del que manan agua y vivencias, por lo que cierra los ojos y deja que el manto de Morfeo lo cubra.

El recuerdo de las sidras del sábado me hace reflexionar. Siempre se acaba perdiendo el control, y me pregunto, dónde está el límite, esa delgada línea que separa dos mundos. Es el orgasmo que mata y resucita, el clímax del disfrute, o el particular horizonte de sucesos entre el ser y no ser. ¿Es la naturaleza humana gozar sin medida? Puede que a quien lea estas líneas las mismas no le produzcan más que risibles dudas, o sonoras carcajadas. Pero sinceramente me da igual. Porque el quid de la cuestión radica en el ansia, ese particular luzbel que anima en la orgía del desenfreno a desear y desear, o a tomar cada vez más alcohol. ¿Inconformismo? ¿Desinhibición? El problema queda patente en el momento en que vuelves a traspasar la frontera, pero en sentido inverso. Esas conclusiones que a todos parecen surgir en el advenimiento crepuscular de la resaca son las mismas que me motivan a reflexionar. Porque, a fin de cuentas, siempre se yerra, y las consecuencias de nuestros actos, aún cuando las asumimos como propias, son rémoras que obligan a parar el vehículo, sentarse a la orilla de un riachuelo, y ponerse a escribir estos delirios…

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Negra noche

Primeros de Junio, es de noche y no puedo dormir. Las sirenas de las ambulancias parecen olvidar toda norma de convivencia, pero quizá sean el primer ejemplo al que seguir. Ruedan rápido, pasan por encima de cualquier norma, saltan, reniegan de cualquier convención, huyen de la muerte en loca carrera hacia adelante, sin futuro, sin más presente que unos semáforos en rojo. Definitivamente me gustan.

Hace calor, me siento en el sillón e imbuyo mis pensamientos en una lata de zumo de cebada. Aguanto poco ahí plantado, varios pensamientos demoran la quietud de mi espíritu. Esta noche saludo a la constelación del solitario desde el parque, decido. Las calles están vacías, parecen ausentarse del bullicio matutino; torticera bandera blanca en medio de la nada. Llego al solar, una pareja de vagabundos reta a Morfeo a base de cigarrillos. Paso de largo, posiblemente no me hayan visto. ¿Quién si no el mismo Caronte vislumbraría esa sombra que divaga entre árbol y árbol, a la sombra del regazo vegetal?

El futuro plantea ciertas inquietudes que azotan el ánimo, entre ellas el verano y sus riesgos, el amor y el odio que se vislumbra en el ya cercano aliento tras mis pasos. Esa damisela, falsa y bella, que un día dije adiós…

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Don't Forget

Chan, crack, ziaaang, el rompe y rasga que mutila la conciencia y la visión de la guerra. Sonidos guturales de soldados con medio pie en el otro barrio, gritos desgarradores de madres violadas, llantos de niños huérfanos que lloran sin comprender, todo eso y más es la cotidianeidad de algunos hombres, mujeres y niños al otro lado del Adriático, en todo el mundo, ahora y siempre.

Creemos que la guerra terminó, que las imágenes no son más que segundos de lejana irrealidad en el telediario, pero no. La lucha fratricida entre familias, vecinos, hermanos, no ha terminado. Todos ellos se enfrentan a diario en la más cruel de las guerras, la que se alimenta de rencores pasados. Suelen llamarla guerra civil, pero yo prefiero mentar a la madre del chupatintas que inventó tal eufemismo en mangas de camisa, con la secretaria trayéndole café, gracias, cómo van las cosas, bien, muy bien, siete mil muertos por aquí, diez mil por allá y me llevo cinco, diablos, este café está ardiendo, oye, preciosa, si eres tan amable tráeme los porcentajes de intención de voto. ¿Tomas una copa a la salida del trabajo...? No fastidies con eso de que estas casada. Yo también estoy casado. (TC)

Se trata de un largo álbum de viejas fotos, de imágenes que se funden unas con otras, de recuerdos propios y ajenos, vivos o muertos. En realidad todas las guerras son la misma. Los mismos dolores, las mismas miradas, el mismo niño de tez grisácea por el polvo, siempre hay un patrón. Sin embargo, a las guerras civiles yo las llamo “las guerras”, las demás, entre ejércitos lejanos, no son más que conflictos de intereses creados por las altas esferas, donde muerte y destrucción para los mandos y políticos no son más que cálculos de probabilidades, y el olor a putrefacción cala en ellos sólo al sacar la bolsa de la basura. En la auténtica guerra, en la trinchera, en la linde del camino, allí en donde puedes sentir temblar el suelo bajo tu barbilla, los bajos impulsos dominan el instinto, ciegan la razón y propagan la simiente del odio y la destrucción. Es la barbarie innata y desatada del ser humano. No hay más ideología que la necesaria para apuntalar las bases de la cólera y encender la pólvora de la venganza acumulada.

Sin embargo todo eso queda muy lejos, y es una realidad incómoda. Muchos optan por ignorarla, mientras piensan en lo dura que es su vida y en lo desgraciados que son. Los vecinos de éstos se mostrarán “orgullosos” de nacer en un país en paz. Otros, los más despreciables, en un alarde de cinismo se pararán a pensar a la vista de las imágenes de la televisión a mediodía en lo horrible que es, mientras se rascan un pie con otro, mientras imbuyen la realidad en un plato de lentejas.

Citando a Tim O’Brian:

— Una autentica historia de guerra nunca es moral. No instruye, ni alienta la virtud, ni sugiere modelos de comportamiento, ni impide que los hombres hagan las cosas que siempre hicieron. Si una historia de guerra parece moral, no la creáis.




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Balas y Peluches

Qué podemos pensar si miramos una fotografía. No es una imagen cualquiera, es una cruel y explícita paradoja de la triste realidad —dura y lacerante en ocasiones— a la que se enfrentan miles de seres humanos todos los días. En la captura aparecen dos elementos antagónicos, que por obra y gracia del cruel Destino se ven hermanados. Una magnum y un conejito de peluche.

Seguimos mirando la foto, levantamos la mirada y nos replican unos ojos oscuros. Nos miran con desconfianza y miedo —han conocido el dolor desde bien pronto—, y aún estando asustados sacan fuerzas para lanzar al vuelo un deje amenazante.

Pistola y conejito, sangre y limpieza, pulcramente hermanadas en la tragedia. Porta el arma erguida —lo que sea con tal de sobrevivir—. Parece susurrar entre los clicks que amartillan con lacre el cruel desenlace que no hay alternativa, o al menos no la conoce. Salpicada de sangre y herida en su corazón, la pequeña no acierta sino a asir su peluche con la mano libre, último eslabón que mantiene unidos sus ahora ya lejanos recuerdos de sábanas cálidas y sueños por cumplir.

Ahora el singular trío permanece en silencio. Esta noche nuestra protagonista dormirá sola. Doce años y un revólver para proteger, un peluche para consolar, y un cigarrillo para olvidar.

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Caladas a medianoche

Son las doce de la noche, y dos amigos acodan sus vivencias en el zinc de la barra del único bar abierto de esos distantes lares. Es una noche de libro, tapas, círculos de vaso de cerveza y humo a cigarrillo. De fondo suena la radio, emite los pitidos que anuncian el ocaso del día, como el ave fénix puntual y contumaz que repiquetea los desvelos. Sin que se percaten de nuestra presencia nos sentaremos a su lado y, como irreverentes espías escucharemos la conversación. Lleno de feriantes, dice uno de ellos. Este mundo está lleno de feriantes, casi todos toman partido y buscan su beneficio regidos por la única ley que conocen, la del dinero. A todo esto, su amigo echa un trago a la taza de té y sentencia; si advierten y coartan la libertad de información no es sino por miedo a perder el tinglado que durante años han montado. Si de veras buscaran la verdad no pondrían pegas al desbaratamiento de su teoría, conscientes de que en favor de la verdad a veces se cometen errores. Pero no, no lo hacen, advierten y sentencian, califican de arpío al disidente, que no es otro que alguien que busca por su cuenta la verdad. Miedo me da, porque demuestran que poco les importa que lo que cuentan —y venden— sea verdad o mentira, lo importante es el sonido del cash… ¡Qué decepción!

Creo que sobran comentarios.

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Sólo fue un sueño

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Bienvenidos


Rueda, motocicleta, rueda. Monta el viento del Oeste y sigue la estela del Sol, no permitas que tu sombra se alargue, hoy pones de nuevo a cero el contador. Te acompañan kilómetros de experiencia, frío y ausencia, suena el motor. Cruzarás fronteras, ríos, carreteras, pueblos y alamedas, pero tu espíritu perdurará, pues hija eres del bávaro rotor. Fiel corcel en toda Italia recordado, hoy naces otra vez, hoy guiñas de nuevo al Sol.

Bienvenidos de nuevo :)

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Huella

Tratas de escapar, pero no puedes. Sentado en el coche pasas el trapo por el cristal —aún marcado por la humedad de las noches en que la luna bañaba su cuerpo desnudo—, y vas limpiando recuerdos. Uno a uno, cada caricia, cada beso, lo repasas despacio, sin prisas, al tiempo que vuelves a paladear ese pellizco que erizó tu piel, o aquella mirada de sábado noche que prometió no morir nunca. Sigues limpiando como uno más en domingo, miras el asiento y ves un pelo, o dos. Puede que muchos, o puede que ninguno. Es curioso ver como vamos dejando nuestra huella a cada paso.

Ahora ya nada importa. ¿O acaso importó alguna vez? Vuelves también a sentirte egoísta, limpio y auténticamente libre. El cristasol rezuma agua de limón. Aún huele a ella. Me enamora el olor de la indiferencia.

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Resurrección

Estoy vivo, o eso creo. Puede que lo de anoche no fuera más que un aviso, como la fría calavera que nos observa desde lo alto del armario, esperando. He tenido que bajar hasta lo más profundo para caer en la cuenta; hacía frío, y olía a soledad, a auténtica penitencia. Posado en ese abismo del naufragio no puedes respirar, todo te oprime; estás en la fosa cavernaria. Puede que exista, o no existir, mas las lágrimas sellaron para siempre ese velo de ripio sufrimiento. Soy débil, lo se. Lo de anoche me lo demostró, es fácil caer en él.

Sin embargo de todo se aprende y lo he hecho, vaya que sí. Si me permitís un consejo, derribar cuanto antes los pocos ídolos o ilusiones que podáis haber erigido sobre la frágil simiente de la ensoñación. No sirven más que para dar el amargo fruto del desencanto. Vivir cada día sin esperar nada, aspirar a vosotros mismos y ser sensatos, nunca sabrás que vizcaína te depara el próximo quiebro del sendero.

Y algo más importante aún. Actuar, no esperéis sentados, hay demasiados chacales aguardando. Luchar por lo que creáis que es justo, abanderar las causas que ideéis, pero no permanezcáis expectantes. No lleva a ninguna parte.

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El sueño de la valquiria

Caía la noche y la batalla languidecía. Era el crepúsculo de los tiempos, y la neblina amortajaba con su tenue manto los miles de cadáveres de guerreros caídos en pos de un ideal. Los árboles del bosque de Niflheim ardían lastimosamente desgajados por la ira y la sed de venganza, y las rocas del hogar de las tinieblas chorreaban la sangre del caído; sangre de orgullo, de lucha por la supervivencia, de amores perdidos y horrores consumados. El enfrentamiento ahora se encontraba a escasos cientos de metros de allí, allá en donde el caos adquiere su magnánimo sentido, las tierras de Odín.

Caminando entre los vapores de la guerra, el dolor y la desgracia, se encontraba Hilda, dísir de Freyja, comandante de las valquirias. Hilda llevaba eones sirviendo a su amo, recogiendo los cadáveres de todo guerrero valeroso digno de luchar junto a Odín en la batalla del fin del mundo. Sin embargo, esa noche los heroicos acerados habían caído por segunda vez, y los chasquidos de hueso y de metal componían el réquiem de los tiempos, su rival, no otras sino las fuerzas del caos.

Ese ocaso vagaba sin rumbo entre los árboles, su túnica teñida de sangre arrastraba la melancolía y el temor. Era curioso, durante el intangible devenir de los años había rescatado del olvido a todo aquel merecedor del título “servidor de Odín”, y ahora se percataba de que su deber había concluido. En su mente fluían las imágenes, recuerdos e ideas fundidas en la amalgama de la duda, y del sueño. Se preguntaba por el paradero de sus compañeras Sigrún y Brynhildr, conocedoras de los hechizos de la victoria. Las había perdido de vista hacía días, y ahora se encontraba sola ante la barbarie; distinto final en aquella ocasión, esa noche pugnaban dos visiones del mundo, quedando atrás todo lo demás. ¿Era esa su concepción de la guerra? Pese a haberla sobrevolado en infinidad de ocasiones, las palabras dolor y muerte nunca habían significado más que pasión y lealtad. De fondo seguía sonando la cruel melodía de la batalla, y ella parecía al margen de todo aquello, sólo un dios podría devolverla a la fétida realidad de vísceras, aullidos y muerte que la rodeaba, pero ya no quedaban dioses. Habían caído entre sus súbditos en cruel alegoría fraternal.

Entre paso y paso advirtió un rostro familiar. Era Freyja, lánguida y sin vida. Su cadáver había sido ultrajado por la sed de venganza, y su gélida mirada se perdía en el oscuro infinito de la muerte. Al fin pareció comprender. No luchaban por un ideal superior, ni por lealtad, la fría piel de su comandante se lo había mostrado. Era la noche de los tiempos y como meras ratas, todos habían mandado su ideal al cuerno. Sin dioses que los dirimieran, con Odín vencido, y sin más razón por la existencia que su propia vida, resultaba difícil seguir soñando.

Tomó el filo de acero de Valhalla, que por nombre respondía Boreal, y enfiló su último Destino. Atrás quedaban las dudas, los siglos de cosecha auguraban el sello de la Historia; deseó que todo hubiera terminado ya, mas empuñando la “emisora de auroras” se adentró en la niebla. No quedaba sino vencer, o morir.



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No habrá más tiempo

Hay un momento en que todo se para, y sólo escuchas los pensamientos de tu acompañante. Ese momento lo viví anoche. Eran las diez y cuarto y la plaza de las Ventas empezaba a dormitar, tras una tarde en donde valor, sangre y virilidad daban paso a mi particular faena.

Los mismos ojos que hasta hace minutos te miraban con amor ahora desbordan lágrimas de impotencia. Esa chica con la que has compartido buenos y malos momentos —cenas, fiestas, viajes, pasión, en definitiva, tu pequeño alter ego en este ágora al filo del abismo—, mira al infinito; y no ve más que destellos centelleantes entre el mar de pena que la envuelve.

Permanece callada, el dolor desgaja su corazón ante tus propios ojos, y sabes que es por tu culpa. Entorna la mirada, baja la cabeza, y las lágrimas fluyen por su piel hasta colmatar sus mejillas, cayendo sobre la camiseta y mojando su pecho. En silencio.

Tras un breve respiro se levanta y dice; tengo que irme. Te incorporas y la acompañas al metro, y al llegar a las escaleras se detiene, da media vuelta y lee tu alma más allá de cualquier dogma, enseñanza o práctica, como sólo una mujer en horas bajas es capaz de hacer. Entonces coges, te acercas y la besas en la mejilla. Está fría, y salada. Y en esas que da media vuelta y apostilla, espero que al menos haya valido la pena. Tira el pitillo y baja la escalinata del suburbano, perdiéndose en su insondable caminar.

Y te quedas plantado, viéndola desaparecer. Han pasado cinco minutos cuando empiezas a caminar casi automáticamente calle de Alcalá arriba. Tras unos breves momentos en el limbo del desamor pasas la lengua por tu labio superior, y sabe a ella; a lágrima. Y te das cuenta que la has perdido, sólo conservas el recuerdo de su silueta perderse en el metro, y ese salado sabor.

Comprendes que en el juego de la vida a veces te hieren y otras, por desgracia, tienes que herir. Aún cuando sabes que es por vuestro propio bien.

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Estupor


Te pasas la vida recitando sonetos y hablando de la brevedad de la existencia y de la profundidad del espíritu, intentando explicar La Montaña Mágica para trajinarte a una tía, y en esas llega aquí, el bailarín, le echa una sonrisa y dos pasos de baile, y sin abrir la boca te friega bien fregado. Se la lleva con el chichi hecho agua de limón.

Arturo Pérez-Reverte,

Salón Tropicana,

No me cogeréis vivo.


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Vuela Alto

Desde un balcón que tiende sus virtudes al Cantábrico asoma una silueta gris, y en su mirada el simple recuerdo del añil. Camisa y camisón torturado, corbata y pantalón de sueño perforado; los años desecaron sus lágrimas, y la brisa del malecón barrió cualquier atisbo de razón. Pero ella sigue ahí, y contigo sueña, por ti empaña en el presente su pasado, hipotecando el futuro en la amargura de quien se sabe fenecer en la espesura del licor.

Cuentan que hace años de amores mercenarios vivió, pero tirando de seudónimo cruzó el amor con el trabajo. Y hoy la rémora arrastra la mirada cansada por su apellido, diez mil.

El virus de la madrugada impregna las sábanas; continúan revueltas y frías. Suena la puerta tras de sí, y por el pasillo camina el presagio. En la mesita olvida aquella foto que un día marcó con el carmín de la desilusión. Por el faro nacen los primeros rayos de sol, que de nuevo la han descubierto en pleno amanecer camino de la playa. El olor a salitre remansa su corazón, ya falta poco. Lleva en la mano un fajo de papeles en blanco, cruel símil de una historia sin protagonista.

Muerte anunciada en el silbido del sereno. Cierra los ojos sumergiendo vida y recuerdos en las frías aguas, las mismas que de adolescente bautizaron su Destino diluyendo las penas entre bucólicas aspiraciones de humo y tragos de alcohol. En los labios la moneda para Caronte, y tras ella, la espuma desfigura las huellas del fantasma que un día soñó con despegar.

Hoy ese espectro camina por el pozo de las sombras, y en la playa quedaron los papeles. Eolo en fútil homenaje levanta con brisa la primera hoja, y las demás casan el olvido entre las olas.

Ahora vuela alto…

Link: Misirlou

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Delirios de alcohol y noches en vela

Las estrellas huyen en audaz carrera. Cuatro de la mañana; los niños duermen, los hombres juegan.

Un tintineo helado repiquetea enlutadas conciencias, y los rones desgarran voraces las gargantas. Pero es tiempo de tormenta, toca marejada, nuestra particular mar arbolada. Abarloan los vientos, las velas del sentir ponen rumbo a las eternas tierras llamadas “sin porvenir”.

Pasan los minutos. Las horas nos sumergen en el azaroso mar de nebulosa crepuscular que el pasado prometió no volver a bogar. Bienvenidas de nuevo viejas amigas, novias de la flor del vítreo labio, etílicas alucinaciones.

La caricia del cacique eriza la piel, que besando el guiño de la ausencia susurra un deseo. Voluntad e irónica irrealidad infunden respeto por la visión que la dama azul dibuja a carboncillo ante nosotros. Pero la imagen se esfuma en el perdido crepitar de una lengua de fuego.

De fondo suena “Girl, you’ll be a woman soon”. Madruga la duermevela, y tres locos sientan las bases de su porvenir entre delirios de alcohol y noches en vela…


Link música: Girl, you´ll be a woman soon

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Llueven Piedras

Llena dos copas y siéntate. Una es para ti, la otra para tu sombra, aquella que está ahí de pié, simulando no existir. Parémonos a pensar, recordemos qué nos ha traído aquí. Posiblemente te lo preguntes y desconozcas la respuesta, pero dirás, quién sabe. Mi consejo ante la duda, no mostrar más debilidad de la necesaria para denotar humanidad. Cierra los ojos y escapa, pinta tu realidad de transparente luminiscencia y haz memoria. Qué ocurre esta tarde ahí arriba. Pregunta a la sombra que por nombre apela al deseo. Susurra entre trago y trago —recuerda que está ahí contigo, silenciosa espectadora— que has perdido el norte. Qué curioso ¿no es cierto? Besa con tus labios de caliza, añade a continuación tu alter ego, esa voz evanescente que viene y va al son del licor y la maría. Y entonces lo haces. Te levantas y dejas tu oscuro rastro plantado, regresas a la realidad.

Unos ojos caoba te están mirando con las pupilas dilatadas, y sólo el rumor de la resaca martillea tu conciencia. Pero estás ahí, plantado a cincuenta metros de altura cogiendo de la cintura a esa chica de la que no sabes más que viste de verde, y que escala la rutina de lunes a jueves leyendo libros. Y ahora esos ojos miran tu alma, y leen inquietud. Mas no importa, esa sombra alcohólica ha quedado en el limbo de las dudas, y vas y te lanzas. La besas, sientes la humedad de su lengua enfervorecida, al tiempo que tratas de buscar una justificación ante la ortodoxia, pero no la encuentras. No la hay. Cruel pesadilla o dulce sueño, date prisa en discernir, porque este beso está durando demasiado y la pasión está ascendiendo por las paredes de la torre, no queda mucho. No, nein, niet, de hecho ya no queda nada. Tu grupo ha pasado de largo hablando de rocas sin sentido y materiales secos de erosión, mientras tú y tu acompañante humedecíais vuestra tarde con lágrimas de plata. Para ellos llueven piedras, ya ves, para vosotros eclécticas sensaciones.

Ve despidiéndote, se alejan esos bastardos. Pero no olvides volver el rostro hacia aquella torre, no en vano no volverás. Acabas de dejar plantada a la sombra que durante años ha sido tu fiel escudera en el país de la frondosa pleitesía. Y no me des las gracias, Marcelito. Tan sólo soy la misma voz que hace escasos instantes dio vía libre a tu locura.

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Esa Torre


Abro los ojos. Tras las gafas de sol —que espejean al ritmo de la carretera— se dibuja un camino diferente. Miro a través de la ventana del bus y no veo más que el propio reflejo de un ser melancólico. Los minutos pasan despacio, al ritmo pausado de un corazón podrido de latir. Campos, cereales, gasolineras, sensaciones y recuerdos. Se hace difícil centrar la mente. Ahora mismo se encuentra dividida entre tres filas más adelante y a la vez a miles de kilómetros de este autobús.

Escasos minutos atrás mi mirada divagaba entre el horizonte, ella, y mis propias botas. Bello panorama el de hoy. Ver pasar la vida encaramados en los sonoros pasos de un pueblo olvidado en demasía. A cincuenta metros de altura todo parece distinto, hasta el mero compañerismo se disfraza de cómplice asentimiento, y los cigarros se consumen paralelos a las almas de dos seres casualmente reunidos en la ventana de una torre.

Es maravillosamente extraño, inaudito, nuevo. Debajo de los sillares de caliza milenaria el mundo parece detenerse, y sólo el pom pom, pom pom, de nuestros corazones insufla el aliento necesario para no sumirnos en la más profunda de las noches.

Estoy entrando de nuevo en Madrid. En un sutil baile de imágenes voy y vengo entre el ahora y el ayer, mientras las sombras de los edificios envuelven todo mi ser. Al tiempo que me despido de ese paréntesis que ha marcado mi día y mis recuerdos, digo adiós a esa vivencia necesariamente obligado a olvidarla para siempre.

Eran las seis de la tarde de un apacible día de abril…

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El Último Cartucho


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Réquiem del Solitario

Camina solo. Siempre ha sido así, y eso le gusta. Algunos aventurados prejuiciosos en su día lo calificaron de misántropo, pero él está por encima de cualquier adjetivo o convención social, simplemente no comparte los ideales de oferta dos por uno de sus congéneres. A su alrededor desfilan edificios tan grises como las vidas de sus inquilinos, y sobre la tez se han deslizado todos los vientos del mundo, del siroco a los alisios, fieles y contumaces compañeros desde el Adriático hasta el mar del Japón.

Un Sol en fuga perfila una silueta tan escuálida que bien podría evocar la misma nada, mientras que por la margen izquierda del río cenagoso y pútrido que hace las veces de escolta se desdibuja en la bruma pertinaz nuestro protagonista. Amigo sólo de su propio saber y del camino que hace al andar, observa en derredor un mundo que no llega a comprender, pero del que se resigna a transitar en busca de su sentencia particular.

Él es el antihéroe, aunque todo le de lo mismo. Su mirada —vacua y cansada— propaga a la sombra de los vientos el gran chiste del mundo que nos rodea. Pero eso es algo que viene dado desde la noche de los tiempos, y él no desea más que pasar inadvertido y echarse a dormir…

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Tirando a matar

Un día de página en blanco. O una jornada en gris plomizo. Sin ganas de nada, ni de salir, ni de saber nada de nadie. Lento deslizar de la apatía entre mis dedos, barrunta la desgana sobre la voluntad, negro nubarrón pende cual Damocles sobre el horizonte. El gel de la desidia ante todo yergue los muros que separan mi vida de la de los demás. Sólo me queda una salida, un pensamiento que desgarre esta prisión involuntaria en la que me hayo inmerso desde hace horas. Duermevela.

Martillo pilón que pulveriza cualquier atisbo de olvido. Masa portentosa de futuribles plegados por un Demiurgo en continuo rol de bufón. Gato y ratón de los sentimientos, juez y parte de la duda que sonríe siempre a nuestras espaldas.

Arderá Troya, caerá París, Bruselas, Berlín. Sólo quedarán los restos de naciones nacidas en la cínica postura de la omnipotencia. Por suerte sus cimientos, la gente de a pié, nosotros, renaceremos de entre los escombros de la miseria para lanzar un claro mensaje, el olvido es la mejor de nuestras armas. Ni el bien ni el mal son valores absolutos, ni la verdad o la mentira dependen de algo concreto, sólo existen consecuencias (sic, Abs.).

Ah, las relaciones ¿Qué es eso? Puro cartón piedra.

Mañana será el día del recuento de daños. La fiel infantería no retrocede por un golpe, tan sólo se prepara para el asedio final…

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