Balas y Peluches

Qué podemos pensar si miramos una fotografía. No es una imagen cualquiera, es una cruel y explícita paradoja de la triste realidad —dura y lacerante en ocasiones— a la que se enfrentan miles de seres humanos todos los días. En la captura aparecen dos elementos antagónicos, que por obra y gracia del cruel Destino se ven hermanados. Una magnum y un conejito de peluche.

Seguimos mirando la foto, levantamos la mirada y nos replican unos ojos oscuros. Nos miran con desconfianza y miedo —han conocido el dolor desde bien pronto—, y aún estando asustados sacan fuerzas para lanzar al vuelo un deje amenazante.

Pistola y conejito, sangre y limpieza, pulcramente hermanadas en la tragedia. Porta el arma erguida —lo que sea con tal de sobrevivir—. Parece susurrar entre los clicks que amartillan con lacre el cruel desenlace que no hay alternativa, o al menos no la conoce. Salpicada de sangre y herida en su corazón, la pequeña no acierta sino a asir su peluche con la mano libre, último eslabón que mantiene unidos sus ahora ya lejanos recuerdos de sábanas cálidas y sueños por cumplir.

Ahora el singular trío permanece en silencio. Esta noche nuestra protagonista dormirá sola. Doce años y un revólver para proteger, un peluche para consolar, y un cigarrillo para olvidar.

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Caladas a medianoche

Son las doce de la noche, y dos amigos acodan sus vivencias en el zinc de la barra del único bar abierto de esos distantes lares. Es una noche de libro, tapas, círculos de vaso de cerveza y humo a cigarrillo. De fondo suena la radio, emite los pitidos que anuncian el ocaso del día, como el ave fénix puntual y contumaz que repiquetea los desvelos. Sin que se percaten de nuestra presencia nos sentaremos a su lado y, como irreverentes espías escucharemos la conversación. Lleno de feriantes, dice uno de ellos. Este mundo está lleno de feriantes, casi todos toman partido y buscan su beneficio regidos por la única ley que conocen, la del dinero. A todo esto, su amigo echa un trago a la taza de té y sentencia; si advierten y coartan la libertad de información no es sino por miedo a perder el tinglado que durante años han montado. Si de veras buscaran la verdad no pondrían pegas al desbaratamiento de su teoría, conscientes de que en favor de la verdad a veces se cometen errores. Pero no, no lo hacen, advierten y sentencian, califican de arpío al disidente, que no es otro que alguien que busca por su cuenta la verdad. Miedo me da, porque demuestran que poco les importa que lo que cuentan —y venden— sea verdad o mentira, lo importante es el sonido del cash… ¡Qué decepción!

Creo que sobran comentarios.

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Sólo fue un sueño

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Bienvenidos


Rueda, motocicleta, rueda. Monta el viento del Oeste y sigue la estela del Sol, no permitas que tu sombra se alargue, hoy pones de nuevo a cero el contador. Te acompañan kilómetros de experiencia, frío y ausencia, suena el motor. Cruzarás fronteras, ríos, carreteras, pueblos y alamedas, pero tu espíritu perdurará, pues hija eres del bávaro rotor. Fiel corcel en toda Italia recordado, hoy naces otra vez, hoy guiñas de nuevo al Sol.

Bienvenidos de nuevo :)

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Huella

Tratas de escapar, pero no puedes. Sentado en el coche pasas el trapo por el cristal —aún marcado por la humedad de las noches en que la luna bañaba su cuerpo desnudo—, y vas limpiando recuerdos. Uno a uno, cada caricia, cada beso, lo repasas despacio, sin prisas, al tiempo que vuelves a paladear ese pellizco que erizó tu piel, o aquella mirada de sábado noche que prometió no morir nunca. Sigues limpiando como uno más en domingo, miras el asiento y ves un pelo, o dos. Puede que muchos, o puede que ninguno. Es curioso ver como vamos dejando nuestra huella a cada paso.

Ahora ya nada importa. ¿O acaso importó alguna vez? Vuelves también a sentirte egoísta, limpio y auténticamente libre. El cristasol rezuma agua de limón. Aún huele a ella. Me enamora el olor de la indiferencia.

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Resurrección

Estoy vivo, o eso creo. Puede que lo de anoche no fuera más que un aviso, como la fría calavera que nos observa desde lo alto del armario, esperando. He tenido que bajar hasta lo más profundo para caer en la cuenta; hacía frío, y olía a soledad, a auténtica penitencia. Posado en ese abismo del naufragio no puedes respirar, todo te oprime; estás en la fosa cavernaria. Puede que exista, o no existir, mas las lágrimas sellaron para siempre ese velo de ripio sufrimiento. Soy débil, lo se. Lo de anoche me lo demostró, es fácil caer en él.

Sin embargo de todo se aprende y lo he hecho, vaya que sí. Si me permitís un consejo, derribar cuanto antes los pocos ídolos o ilusiones que podáis haber erigido sobre la frágil simiente de la ensoñación. No sirven más que para dar el amargo fruto del desencanto. Vivir cada día sin esperar nada, aspirar a vosotros mismos y ser sensatos, nunca sabrás que vizcaína te depara el próximo quiebro del sendero.

Y algo más importante aún. Actuar, no esperéis sentados, hay demasiados chacales aguardando. Luchar por lo que creáis que es justo, abanderar las causas que ideéis, pero no permanezcáis expectantes. No lleva a ninguna parte.

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El sueño de la valquiria

Caía la noche y la batalla languidecía. Era el crepúsculo de los tiempos, y la neblina amortajaba con su tenue manto los miles de cadáveres de guerreros caídos en pos de un ideal. Los árboles del bosque de Niflheim ardían lastimosamente desgajados por la ira y la sed de venganza, y las rocas del hogar de las tinieblas chorreaban la sangre del caído; sangre de orgullo, de lucha por la supervivencia, de amores perdidos y horrores consumados. El enfrentamiento ahora se encontraba a escasos cientos de metros de allí, allá en donde el caos adquiere su magnánimo sentido, las tierras de Odín.

Caminando entre los vapores de la guerra, el dolor y la desgracia, se encontraba Hilda, dísir de Freyja, comandante de las valquirias. Hilda llevaba eones sirviendo a su amo, recogiendo los cadáveres de todo guerrero valeroso digno de luchar junto a Odín en la batalla del fin del mundo. Sin embargo, esa noche los heroicos acerados habían caído por segunda vez, y los chasquidos de hueso y de metal componían el réquiem de los tiempos, su rival, no otras sino las fuerzas del caos.

Ese ocaso vagaba sin rumbo entre los árboles, su túnica teñida de sangre arrastraba la melancolía y el temor. Era curioso, durante el intangible devenir de los años había rescatado del olvido a todo aquel merecedor del título “servidor de Odín”, y ahora se percataba de que su deber había concluido. En su mente fluían las imágenes, recuerdos e ideas fundidas en la amalgama de la duda, y del sueño. Se preguntaba por el paradero de sus compañeras Sigrún y Brynhildr, conocedoras de los hechizos de la victoria. Las había perdido de vista hacía días, y ahora se encontraba sola ante la barbarie; distinto final en aquella ocasión, esa noche pugnaban dos visiones del mundo, quedando atrás todo lo demás. ¿Era esa su concepción de la guerra? Pese a haberla sobrevolado en infinidad de ocasiones, las palabras dolor y muerte nunca habían significado más que pasión y lealtad. De fondo seguía sonando la cruel melodía de la batalla, y ella parecía al margen de todo aquello, sólo un dios podría devolverla a la fétida realidad de vísceras, aullidos y muerte que la rodeaba, pero ya no quedaban dioses. Habían caído entre sus súbditos en cruel alegoría fraternal.

Entre paso y paso advirtió un rostro familiar. Era Freyja, lánguida y sin vida. Su cadáver había sido ultrajado por la sed de venganza, y su gélida mirada se perdía en el oscuro infinito de la muerte. Al fin pareció comprender. No luchaban por un ideal superior, ni por lealtad, la fría piel de su comandante se lo había mostrado. Era la noche de los tiempos y como meras ratas, todos habían mandado su ideal al cuerno. Sin dioses que los dirimieran, con Odín vencido, y sin más razón por la existencia que su propia vida, resultaba difícil seguir soñando.

Tomó el filo de acero de Valhalla, que por nombre respondía Boreal, y enfiló su último Destino. Atrás quedaban las dudas, los siglos de cosecha auguraban el sello de la Historia; deseó que todo hubiera terminado ya, mas empuñando la “emisora de auroras” se adentró en la niebla. No quedaba sino vencer, o morir.



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No habrá más tiempo

Hay un momento en que todo se para, y sólo escuchas los pensamientos de tu acompañante. Ese momento lo viví anoche. Eran las diez y cuarto y la plaza de las Ventas empezaba a dormitar, tras una tarde en donde valor, sangre y virilidad daban paso a mi particular faena.

Los mismos ojos que hasta hace minutos te miraban con amor ahora desbordan lágrimas de impotencia. Esa chica con la que has compartido buenos y malos momentos —cenas, fiestas, viajes, pasión, en definitiva, tu pequeño alter ego en este ágora al filo del abismo—, mira al infinito; y no ve más que destellos centelleantes entre el mar de pena que la envuelve.

Permanece callada, el dolor desgaja su corazón ante tus propios ojos, y sabes que es por tu culpa. Entorna la mirada, baja la cabeza, y las lágrimas fluyen por su piel hasta colmatar sus mejillas, cayendo sobre la camiseta y mojando su pecho. En silencio.

Tras un breve respiro se levanta y dice; tengo que irme. Te incorporas y la acompañas al metro, y al llegar a las escaleras se detiene, da media vuelta y lee tu alma más allá de cualquier dogma, enseñanza o práctica, como sólo una mujer en horas bajas es capaz de hacer. Entonces coges, te acercas y la besas en la mejilla. Está fría, y salada. Y en esas que da media vuelta y apostilla, espero que al menos haya valido la pena. Tira el pitillo y baja la escalinata del suburbano, perdiéndose en su insondable caminar.

Y te quedas plantado, viéndola desaparecer. Han pasado cinco minutos cuando empiezas a caminar casi automáticamente calle de Alcalá arriba. Tras unos breves momentos en el limbo del desamor pasas la lengua por tu labio superior, y sabe a ella; a lágrima. Y te das cuenta que la has perdido, sólo conservas el recuerdo de su silueta perderse en el metro, y ese salado sabor.

Comprendes que en el juego de la vida a veces te hieren y otras, por desgracia, tienes que herir. Aún cuando sabes que es por vuestro propio bien.

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Estupor


Te pasas la vida recitando sonetos y hablando de la brevedad de la existencia y de la profundidad del espíritu, intentando explicar La Montaña Mágica para trajinarte a una tía, y en esas llega aquí, el bailarín, le echa una sonrisa y dos pasos de baile, y sin abrir la boca te friega bien fregado. Se la lleva con el chichi hecho agua de limón.

Arturo Pérez-Reverte,

Salón Tropicana,

No me cogeréis vivo.


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Vuela Alto

Desde un balcón que tiende sus virtudes al Cantábrico asoma una silueta gris, y en su mirada el simple recuerdo del añil. Camisa y camisón torturado, corbata y pantalón de sueño perforado; los años desecaron sus lágrimas, y la brisa del malecón barrió cualquier atisbo de razón. Pero ella sigue ahí, y contigo sueña, por ti empaña en el presente su pasado, hipotecando el futuro en la amargura de quien se sabe fenecer en la espesura del licor.

Cuentan que hace años de amores mercenarios vivió, pero tirando de seudónimo cruzó el amor con el trabajo. Y hoy la rémora arrastra la mirada cansada por su apellido, diez mil.

El virus de la madrugada impregna las sábanas; continúan revueltas y frías. Suena la puerta tras de sí, y por el pasillo camina el presagio. En la mesita olvida aquella foto que un día marcó con el carmín de la desilusión. Por el faro nacen los primeros rayos de sol, que de nuevo la han descubierto en pleno amanecer camino de la playa. El olor a salitre remansa su corazón, ya falta poco. Lleva en la mano un fajo de papeles en blanco, cruel símil de una historia sin protagonista.

Muerte anunciada en el silbido del sereno. Cierra los ojos sumergiendo vida y recuerdos en las frías aguas, las mismas que de adolescente bautizaron su Destino diluyendo las penas entre bucólicas aspiraciones de humo y tragos de alcohol. En los labios la moneda para Caronte, y tras ella, la espuma desfigura las huellas del fantasma que un día soñó con despegar.

Hoy ese espectro camina por el pozo de las sombras, y en la playa quedaron los papeles. Eolo en fútil homenaje levanta con brisa la primera hoja, y las demás casan el olvido entre las olas.

Ahora vuela alto…

Link: Misirlou

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Delirios de alcohol y noches en vela

Las estrellas huyen en audaz carrera. Cuatro de la mañana; los niños duermen, los hombres juegan.

Un tintineo helado repiquetea enlutadas conciencias, y los rones desgarran voraces las gargantas. Pero es tiempo de tormenta, toca marejada, nuestra particular mar arbolada. Abarloan los vientos, las velas del sentir ponen rumbo a las eternas tierras llamadas “sin porvenir”.

Pasan los minutos. Las horas nos sumergen en el azaroso mar de nebulosa crepuscular que el pasado prometió no volver a bogar. Bienvenidas de nuevo viejas amigas, novias de la flor del vítreo labio, etílicas alucinaciones.

La caricia del cacique eriza la piel, que besando el guiño de la ausencia susurra un deseo. Voluntad e irónica irrealidad infunden respeto por la visión que la dama azul dibuja a carboncillo ante nosotros. Pero la imagen se esfuma en el perdido crepitar de una lengua de fuego.

De fondo suena “Girl, you’ll be a woman soon”. Madruga la duermevela, y tres locos sientan las bases de su porvenir entre delirios de alcohol y noches en vela…


Link música: Girl, you´ll be a woman soon

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Llueven Piedras

Llena dos copas y siéntate. Una es para ti, la otra para tu sombra, aquella que está ahí de pié, simulando no existir. Parémonos a pensar, recordemos qué nos ha traído aquí. Posiblemente te lo preguntes y desconozcas la respuesta, pero dirás, quién sabe. Mi consejo ante la duda, no mostrar más debilidad de la necesaria para denotar humanidad. Cierra los ojos y escapa, pinta tu realidad de transparente luminiscencia y haz memoria. Qué ocurre esta tarde ahí arriba. Pregunta a la sombra que por nombre apela al deseo. Susurra entre trago y trago —recuerda que está ahí contigo, silenciosa espectadora— que has perdido el norte. Qué curioso ¿no es cierto? Besa con tus labios de caliza, añade a continuación tu alter ego, esa voz evanescente que viene y va al son del licor y la maría. Y entonces lo haces. Te levantas y dejas tu oscuro rastro plantado, regresas a la realidad.

Unos ojos caoba te están mirando con las pupilas dilatadas, y sólo el rumor de la resaca martillea tu conciencia. Pero estás ahí, plantado a cincuenta metros de altura cogiendo de la cintura a esa chica de la que no sabes más que viste de verde, y que escala la rutina de lunes a jueves leyendo libros. Y ahora esos ojos miran tu alma, y leen inquietud. Mas no importa, esa sombra alcohólica ha quedado en el limbo de las dudas, y vas y te lanzas. La besas, sientes la humedad de su lengua enfervorecida, al tiempo que tratas de buscar una justificación ante la ortodoxia, pero no la encuentras. No la hay. Cruel pesadilla o dulce sueño, date prisa en discernir, porque este beso está durando demasiado y la pasión está ascendiendo por las paredes de la torre, no queda mucho. No, nein, niet, de hecho ya no queda nada. Tu grupo ha pasado de largo hablando de rocas sin sentido y materiales secos de erosión, mientras tú y tu acompañante humedecíais vuestra tarde con lágrimas de plata. Para ellos llueven piedras, ya ves, para vosotros eclécticas sensaciones.

Ve despidiéndote, se alejan esos bastardos. Pero no olvides volver el rostro hacia aquella torre, no en vano no volverás. Acabas de dejar plantada a la sombra que durante años ha sido tu fiel escudera en el país de la frondosa pleitesía. Y no me des las gracias, Marcelito. Tan sólo soy la misma voz que hace escasos instantes dio vía libre a tu locura.

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