Al caer la noche

Sentado en el taburete saboreo los últimos y melódicos sonidos de la madrugada, y de paso observo al contraluz de la persiana —por las rendijas— dos siluetas y una luna a la que un día juré llegar de la mano del corazón, mientras cabalgaba de la palabra sentimiento en mi interior.

Sombría la noche parece ser para dos simples gatos, que apoyados en el árbol, parecen cómplices en su divagar. El felino de la izquierda yergue sobre sí años de experiencia entre la humana podredumbre, como si tal cosa para él no significara más que unos simples medios de supervivencia. Pero el caso es que no, y esta noche al abrigo tanto del humo que hipnotiza como de la paranoia carontiana, el gato se marcha del lado de su Destino, abrazándolo a un tiempo con cuasi humana perplejidad. Lo veo alejarse despacio, sin prisas, cual si bebiese imágenes que sólo él y sus silencios contemplaran en soledad. Atrás queda su compañera, ama de llaves de su corazón, que un día decidió dominarlo con una simple mirada y un par de sonrisas. Debe de ser una decisión dura, resuelvo. No puede ser de otra manera, pues aún en la distancia se palpa la resignación del finado, o la ausencia de calor en un pecho resecado por meses de continuo derroche de sí mismo, aún en la necesidad de su compañía. La gata —gamba de aguadulce— permanece sentada observando la luna, al tiempo que imagino trata de decidirse. Ir con él o continuar sola, dar la mano a la oportunidad de emprender un camino al que sólo las estrellas tienen acceso, o abrazar la agridulce sensación de una ilusión llamada ensoñación, Papá Noel rumbo al desvanecimiento de una esperanza, o ruptura en la vana espera de un sueño imposible. Y mientras tanto el gato se ausenta, cada vez más lejos de ella, mas con cada latido mayor es la unión del sentimiento y la razón, y a la silueta, y al olor que un día lo embriagó de dulzura, y al reflejo de su pelaje, y al brillo de sus ojos, y al sabor de sus labios, fieles compañeros de memorias redimidas. Camina lento e inseguro en su ademán, pero férrea es su voluntad, y firmes y sinceros los sentimientos, amigos inseparables en la bella estampa del anaranjado crepúsculo.

Se hace tarde y cierro la persiana, la felina se ha puesto en pié, y no quiero saber qué decidirá; impresiona verse reflejado en el sesgado fulgurar de una mirada.

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Recordando


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Lágrimas de la nada

Dos gominolas. Así empezó todo, con dos simples caramelos. Es curioso comprobar cómo con los más nimios gestos se pueden desencadenar las mayores turbulencias. Recuerdo —escribir me sirve para ajustar la memoria— que aquella tarde, por causas desconocidas saltó un aviso en mi interior. Cuidado que te está gustando, venía a decir esa voz susurrante que algunos llaman conciencia, pero que yo prefiero atribuir a esa pequeña chispa del Todo que nos rodea. Y así fue. Digamos que es la historia típica —relatada además con anterioridad— de dos jóvenes. Pero ahora han pasado un par de meses y todo es demasiado complejo como para tratar de describirlo con palabras, y sólo las lágrimas de la nada han sido capaces de hacer acto de presencia la noche anterior. Lágrimas secas hechas a medias de resignación y profunda reflexión. Unas lágrimas existentes tan sólo para el nudo en la garganta que acompañaba esos momentos, lágrimas de necesidad y a un tiempo de firme voluntad de seguir adelante por encima de cualquier quimera.

Son las diez de la mañana y apenas ha dormido; la fiebre ha hecho acto de presencia y su ser es rodeado con el tenue manto de la duermevela. Hace calor, y esa sensación reaviva los recuerdos de hace apenas seis días, en los que nuestro anónimo protagonista deseó parar el mundo y dormitar para siempre junto a ella. Supongo que es una sensación que habrán experimentado alguna vez, esa clase de sentimiento que te cala hasta los huesos y te deja prendado de un rostro inocente. Son imágenes que quedarán grabadas para siempre, y sea cual sea el final de esta historia —de la cual el protagonista se siente irónico partícipe—, ronda la certeza de haber merecido la pena. El dolor, la emoción, las risas, las penas, juntas hacen de este ripio relato de la vida de un ser anónimo en el mundo, de un ser asolado ante las circunstancias que lo rodean y centrado en el sentimiento, un relato del tragicómico discurrir por el camino que hacemos al vivir. En cualquier caso no importa, porque a pesar de las dificultades que nos rodeen debemos ser capaces de estar por encima de ellas, de vencer los miedos y las indecisiones que nos asalten a base de saber leer en el corazón de las personas implicadas; de esos seres que un día aparecieron en esta esquina de un pequeño punto azul en medio de la nada. No rendirse es el primer paso, el segundo, aún resta por descubrir…

“No queda sino batirnos.”

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Siluetas

La noche cerrada recorta una silueta a la diestra de mis voluntades; resguardados en el dormitorio, es como si la luna entera derramada sobre los tejados tratara de ser testigo de excepción de los delirios de una noche de verano, pareciendo preguntarse hasta dónde llegarán esas manos que sabes tuyas, pero que sienten y piensan movidas por algo más importante; marionetas de tu particular Mr. Hyde. La pregunta que me planteo en este momento es si lo que ven mis ojos es real, o si por el contrario ruedan por los caminos de mi mente demasiadas fantasías. Todo ocurre como en una película, pero qué es lo real, sino un sueño a medio camino entre la duermevela y la lucidez, de tal modo que en los momentos en los que parecen mezclarse ambos mundos podemos en el acto morir, y además morir tranquilos; eres libre. Es una locura, pero piénsalo, llegas por vicisitudes del momento a fundir ensoñación con vida real, y el mundo entero es sentido cual si de un cine se tratara, porque no eres dueño de ti, tan sólo mero espectador. Consciente y subconsciente ahora son uno, o si me apuras una dualidad trastocada de papeles, por lo que te limitas a sentir la ausencia de pensamiento mientras tus dedos se deslizan por la silueta. No sabes si es un sueño o es la realidad, pero en esos momentos el todo es más que la suma de las partes, y un fragmento de ti queda para siempre enclavado en aquel rincón, no quedando sino dejarse llevar.

Y sin embargo es real…

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