Se olvidó

Prisionero del desierto
solitario como un Tuareg.
Maltratado, humillado,
siente el miedo de poder sufrir.
Las estrellas le acompañan en silencio al anochecer.
Heredero de un legado escondido solo en la fe.
Se pasa el tiempo mirando al sol.
Ya su ceguera no puede parar.
Fría su alma, todo le da igual.
No existe razón, no ve solución,
él ya no tiene valor.
En su rostro reflejadas
las arrugas de la libertad.
El estigma de su alma
lleva el sello de la humildad.
Mira de nuevo a la luna
en su instinto por sobrevivir.
Está frío como el hielo
presintiendo que puede morir.
Pero un día todo le cambió,
Y en su tristeza a lo lejos sintió,
la mano de Dios le quería ayudar.
Sintió que era un sueño,
que no era real,
esclavo de su soledad.
Se olvidó
la alegría al despertar.
Se olvidó
el calor de la amistad.
Se olvidó
darle al tiempo su lugar.
Se olvidó
ver que todo no es maldad.
La locura es su sentencia
caminando solo en su verdad.
Maldiciendo con desprecio
todo lo que le pueda salvar.
Encerrado en su frontera
muere solo en su pedestal.
No hay lamento, no hay tristeza,
ni siquiera alguien llorará.
Y aquí se acaba esta historia fatal.
En algún pueblo, en alguna ciudad
puede haber alguien sufriendo así.
Se encierra en su mundo
y no quiere salir,
es la cruda realidad.
Se olvidó
darle al tiempo su lugar.
Se olvidó
ver que todo no es maldad.

A morir

Saratoga, 2003

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Nombres de paso (I/II)

Sólo son varios nombres
sin sentido ni buscado azar,
nombres que buscaron jugar
a las damas, guerreras de noches.
Turbulentas las más veces,
reposadas en otras,
la mayoría animosas.
Surgió de sus labios la amistad,
o dieron paso a la intimidad,
recorriendo sendas tortuosas.

Comienza esta serie de décimas
por el alfa de los tiempos,
cuando por falta de tormentos,
no eran familiares las lágrimas.
Azules e inocentes las miradas
de Elena, Marta, Clara, tal vez
jugaban partidas de ajedrez,
siendo peones de este juego,
con el que prendimos el fuego,
que relegara al olvido la niñez.

Entre luces y sombras añejas,
voy abriendo la tapa de los años,
y contemplo a esos niños,
en portales, tras puertas complejas
separando los besos de las quejas.
Se llamaban Carlota y Cristina,
y de nosotros recelaba Sabina,
pues clavando en tierra la rodilla,
con ambas a explorar su espinilla
jugamos, y ella quedaba sin propina.

En estas del norte Aby aparece
por carta escribiendo,
las tardes me alegra leyendo.
El mañana no la conoce,
vuela en cartas el romance.
Queriendo un día conocernos,
pasaron los meses y los años.
Hoy sólo quedan las brasas
del recuerdo y sus letras;
apartados fueron los besos.

A las peligrosas femme fatal,
que del alfa al omega sus cuerpos
recorría, bebiendo los vientos
un rato, navegando sin igual.
A ellas, Carmen, Raquel, mortal
caricia la suya de madrugada.
Sin dudar si estaba enamorada,
accedía a imaginarla de mujer,
disfrazarla de nada al oscurecer,
y al Alba adiós, espero tu llamada.

A Paloma, a Marina, a Jennifer,
que buscaban al gato y al ratón,
sin importar si hallaban garrafón,
al averno bajaban, según lucifer,
si con esas encontraban el placer.
Como Irene, Ester, o Nieves,
resueltas a llegar a ser felices,
encontrándole a él, el pretendido,
sin buscarlo que es muy sufrido,
para al final, comer perdices.

Silvia, Laura y Andrea
por el túnel de los corazones,
se colaban casi a trompicones,
pillándote en baja la marea.
Para terminar con esta verborrea,
por hoy digo ¡ya basta!
Es duro encestar en la canasta.
Es la brecha del recuerdo,
sé fuerte y da un buen muerdo,
deja huella, hunde tu asta.

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La estación

¿Cómo se retoma el hilo de toda una vida? ¿Cómo seguir adelante, cuando en tu corazón empiezas a entender que no hay regreso posible, que hay cosas que el tiempo no puede enmendar, aquellas que hieren muy dentro, que dejan cicatriz?

Esta noche he visto al infinito perdiendo la mirada sobre sí mismo. Hace pocos minutos que has llegado inesperadamente entre brumas y silencio. Hoy he mirado tu foto otra vez. No tienes cara, lo sé. Te tomo entre mis manos y te veo sin vida, vacía como trozo de papel en blanco desechado. Eres un ser sin rostro, pero aún así te conozco, simbiosis perfecta de la resignada desolación. Estás arrugada, quizás por mí, quizás por él, o quizás por el tiempo. En realidad poco importa, porque te tengo de nuevo frente a mí fijando el vacío sobre mi ser, y cualquier razón que arguya para justificar tu regreso se me antoja vulgar y ante todo, estéril. Lo que importa no es ya tu presencia, ni el tiempo transcurrido, ni tú, ni siquiera yo mismo; intuyo la razón de tu presencia, mas antes de razonar lo inevitable voy a columpiarme de la mano de la intuición —ese ángel mujer que como un chispazo nos habita apenas un segundo antes de emprender el vuelo hacia lo desconocido— para poder remontarme al sentimiento primitivo. Ese calor que invadió mi ser nada más verte.

El problema se presenta cuando tratamos de racionalizar las sensaciones para ponerlas negro sobre blanco, piedra sobre piedra. Me balanceo en el divagar de la memoria y del corazón, y con cada latido vuelo más alto, cada vez más lejos del suelo, más inmaterial y más etéreo. ¿Cómo describir ahora lo que siento? Clavo los ojos a través de mis palabras y te veo de nuevo, pero son palabras inertes, en todas direcciones precipitándose ingrávidas como yo en este momento. Tan solo me rodean embriagándome con el aroma de la lluvia. ¿Qué decir? Vuelo cargado del más verdadero de los sentimientos, pero de qué sirve éste si no es para otorgarlo a los demás. Desgraciadamente estoy solo, y el saco continúa repleto, ansioso por ser vaciado para entregarte lo más grande, en lo más pequeño.

Desde lo alto todo semeja verse más sencillo, como si nada aquí arriba tuviera importancia. Realmente me gusta estar aquí, pues al menos flotando parecen los problemas menores de lo que son, y relativamente más llevaderos, porque sólo aquí arriba importan dos palabras, tú y yo. Continúo flotando en esta duermevela, se acerca la hora dorada. Aunque sólo eres un recuerdo arrugado en forma de foto estoy convencido de que sabes a qué me refiero. Es una lástima que no puedas verlo, algún día quizás subamos de nuevo hasta aquí arriba, y llegado el momento en lugar de darle la mano a una foto sin rostro pueda dártela a ti. Ese día, créeme, todo habrá merecido la pena, porque más allá de la distancia pasada nos cobijará la brisa del futuro…

Empieza a oscurecer, y las noches aquí en lo alto se vuelven melancólicas si el que las contempla lo hace en singular, por lo que comienzo el descenso. De vuelta al mundo real, de vuelta a ti sin ti, de sentarnos juntos y mirar al frente, más distantes aún de lo que podamos estar a cincuenta kilómetros. Me niego a renunciar, porque ahora sentado de nuevo con tu foto delante, caótica resignación, veo más claro que nunca que aquella vez que te besé sentí que no quería volver a besar otros labios que no fueran los tuyos, y la experiencia me ha demostrado cuán vacíos me resultan los demás si éstos no portan tu calor, la suavidad de tu piel, ni el brillo de tu mirada.

Así, en este umbral del adiós sin adiós, en esta noria de los pasos perdidos, en este punto y aparte en el que nos encontramos, me siento y miro al frente, pero sé —y sé que tú también lo intuyes— que nada acaba aquí, que sólo por lo conseguido hasta hoy por ambos, esta historia no merece terminar así, con tu foto arrugada y cada uno por su camino, sino que todo en esta vida que vivimos tiene bifurcaciones y cambios de vía.

Estoy montando en mi nuevo vagón; lo siento cálido, acogedor, pero sólo es apariencia. Aún así me siento en él y acciono la puesta en marcha. Es un paso necesario, difícil, pero bueno para ambos. Parto ya, pero antes de alejarme demasiado…

…Te invito, resignado recuerdo, a poner en marcha la locomotora. A separar para volver a unir —bajo el cartel del futuro— algo que nos ha traído hasta aquí. Esto no es más que una estación intermedia a la que hemos llegado sin percatarnos juntos. Salta del andén y sube rápido a tu tren, a fin de cuentas todos los caminos llevan a Roma… Allí estaré, siempre me ha gustado adelantarme a la hora prevista para poder verte llegar en primera fila. Me reconocerás rápido, sólo pregunta llegado el momento al ángel de antes, la intuición, y me verás al pie de la estación con una pizza bajo el brazo…

Recibe mi beso en este metafórico hasta pronto y se feliz en tu viaje.
Mañana tendremos mucho por vivir…

(Espero que la pizza no se enfríe :P )

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Marla

Sol de día
y oscura de noche,
luz acompañada,
curiosa en el coche,
no le dolía,
no se la oía,
soñar enamorada…

Que hoy está escondida,
que mañana soy yo,
que el ayer es ella.
Que se llamaba Marla,
de segundo, furtiva.
Que se fue
como llegó,
que llegó,
como se fue,
sin ser una doncella,
con el don.

Adicta al jaque mate,
de varias partidas
de ajedrez, sin empate.

Y es sombría la vigilia.
Paras en la duermevela,
te tumbas, no sin ironía
apagas la vela,
y despides tu conciencia.
Anhelas compañía,
olvidas la inocencia,
izas nueva vela.
Empieza tu feria
con ella, ¡quién lo diría!

Sé que voy a diñarla
en breves instantes.
Ser testigos, pero antes,
recordar su nombre:
se llamaba Marla,
y “no durmió”
con este hombre,
sino que sólo nació,
de noche su hambre.

Adicta al jaque mate,
de varias partidas
de ajedrez, sin empate.

Y pasó, como pasan
los años, y me atrapó
como nunca se atrapan,
el gato y el ratón.
Es el alcohol y la música,
sutil abrazo
e infernal muestra.
La tomé del brazo,
y sin arte ni retórica,
dos almas como la vuestra,
sin duda ni práctica
dijeron, esta es la nuestra.

Adicta al jaque mate,
de varias partidas
de ajedrez, sin empate.

Adicta al jaque mate,
de varias partidas
de ajedrez, sin empate…





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Imagina

Imagina por un momento que somos —la humanidad en su conjunto— un bebé que apenas ha comenzado a gatear. Imagina ahora que el mundo que lo rodea y en el —y por él— que está comenzando a experimentar y a descubrir, es el universo. Probablemente cuando crezca olvide estos momentos de asombro ante lo desconocido, pero ahora todavía es capaz de sorprenderse con el simple brillo de una bombilla, y por supuesto ignora todo de la electricidad y de quien acciona el interruptor que da luz a su felicidad. Imagina por último, que esa bombilla cálida y brillante es una estrella, una galaxia, una nebulosa, o un planeta. ¿Quién mueve los hilos que en ocasiones parecen mostrarse ante nosotros como casualidades del Destino, como destellos de lucidez? ¿Qué da luz a éste bebé que lo hace intentar erguirse y alcanzar lo inalcanzable? ¿Qué o quién nos motiva a soñar?

Ahora el bebé duerme tranquilo, pero nosotros ¿para qué irnos a soñar, si hablando aquí podemos imaginar el mejor de los sueños?

¿Dónde acaba el infinito de la imaginación; dónde comienza el coto de lo posible?

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¡Ánimo!

Lucha por lo que quieras y trata de dejar huella.

Es excitante entrar poco a poco en la mente de alguien —o en su corazón— y ver que en ocasiones responde. Dejar huella es importante; hace sentir vivo y a su vez que lo que haces tiene una trascendencia, porque piensa en ti alguna vez sin estar tú delante. Hay que marcar, que por lo que vivas sea un noble ideal, y permanecer. Se trata de una permanente lucha por aquello en lo que crees, y por no caer en el olvido. No quieras pensar que la vida solo te ha servido a ti, sino que has contribuido a hacer de la de los demás algo por lo que estar orgulloso.

Y si tras haber peleado por ella no consigues nada, en realidad lo habrás conseguido hace mucho tiempo.

Vivirás en ellos, dormirás con ella…

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