Nothing happens

No pasa nada. Debe de ser algo innato en el ser humano dar más importancia de la necesaria a temas banales. El modo de vida, cultura, acciones, provocan que a menudo se sitúen ciertas menudencias en la cota de lo insalvable. Nos fijamos en chorradas y olvidamos lo sustancial, vivir sin miedo.

No controlar nuestro alrededor genera incertidumbre, y ésta desemboca en el miedo. A menudo, algunos —la mayoría— hacen un mundo de cualquier nimio contratiempo, discusión, o desavenencia. He podido comprobar —yo mismo fui uno de ellos— que las personas se disgustan y sufren por pequeñas cosas secundarias que no deberían ocupar más espacio en nuestro ánimo del que reside entre dos palabras; no importa. Casos que hacen flaquear el aplomo como, por ejemplo, la histeria al descubrir una mancha en el vestido antes de una fiesta, y por ende pensar que van a ser infravalorados si no cumplen los requisitos que la moral establecida dicta sobre lo “adecuado”; o torturarse pensando si el novio ha dicho esto o aquello con sus amigos, obviando el disfrute que supone compartir voluntariamente su vida con él. En ambos casos están desviando la mirada de lo verdaderamente fundamental, que no es sino disfrutar del fin en sí mismo —la fiesta, o la carrera de larga distancia que implica una relación—. Supone visualizar la vida siendo consciente de que el todo es mayor que la suma de las partes. Si pensamos así, sabremos estar por encima de cualquier escollo que se nos presente. Ampliaremos horizontes.

En otras ocasiones vuelven a sufrir —o a pensar más de lo debido— dando significación no ya a algunos contratiempos, sino a “lo que se supone que debe ser”. Me estoy refiriendo a fijar referencias que deben cumplirse para que lo que tenemos entre manos funcione. Pongo por ejemplo otro caso muy común: pensar que una relación sin sexo no se disfruta, y que la falta de éste o su poca presencia implica que “algo falla”. Es evidente que el sexo es valioso y nunca está de más, pero, si inconscientemente marcamos un mínimo, estaremos dando prevalencia al número en lugar de al acto en sí. Dicho de otra manera, erraremos el tiro; no viviremos “la” relación, sino que viviremos “para” la relación.

De igual modo y por alguna extraña razón, muchos de los de antes tienden a mitificar el sexo otorgándole unos atributos que le son ajenos. A un acto de cariño entre dos personas que deciden compartir algo más que un buen rato, se lo engrandece como si fuera tabú, como algo cuasi prohibido en donde las palabras normalidad y natural no pudieran existir. Así mismo y por ese motivo existen infinitas barreras psicológicas en torno a él. Pero eso nos llevaría muy lejos…

Todo lo anterior se trata con ejemplos, pero la idea principal subyace:

— Vive tu vida y aquello en lo que creas como un todo.
— No pasa nada, deja de preocuparte y saborea el ahora.

Pero es igual, porque cada cual obra según su parecer, y así ha sido siempre. Por eso esta reflexión final no puede albergar sino el fomento de la individualidad de las personas, el ánimo al librepensamiento y la condena hacia toda clase de alienación de la voluntad o dogmatización de la conducta.

Por ello, animo a todo aquel que lea estas letras a que por encima de todo sea libre. Pues, como dijo un día Chateaubriand, “son el resultado de mi cambiante fortuna, de la incoherencia de mi suerte. Sus tempestades no me han dejado a menudo más mesa para escribir que la roca contra la cual naufragaba”.





Posted by Unknown | | 3 comentarios

El eco del paria

Hace ya mucho de esta historia. Demasiado quizá para poner nombre al protagonista, ahora que han pasado tantos meses como años. Tanto, que en la mirada arrugada por el desgarro del tiempo ya no asoma ápice de inocencia; mas en él no existe atisbo de olvido ni rémora de conciencia. Cambió, eso es todo.

La huella del neumático recuerda cuando apenas era un joven imberbe de casco en mano y mochila al hombro, en el que en uno de sus viajes y quiebros del Destino fue a dar con el misterio de las relaciones humanas, con la gran aventura que supone parar la moto y decir aquí estoy. Era época de grandes ideales, de —ahora fútiles— esperanzas, cuando bregaba denodadamente convencido del provecho de la palabra y el artículo, cuando en fin, era un idealista. Pensaba de tal modo nuestro personaje que, al fijar la vista en un cabello cobrizo, no hizo más que plantar el sello de otra cicatriz más sobre el lomo. La miraba de lejos en primera instancia, observando como ordenaba sus cosas en el bolso o encendía un cigarrillo sentada al sol, mirando al infinito tras un baño en el río. La imaginaba guardiana de inhóspitos mundos interiores, de crueles dolencias y sutiles vivencias. Se convirtió para él en un reto, un enigma por resolver. ¿Qué escondía esa enigmática y circunspecta mirada, en ocasiones posada sobre él?

Pasó el tiempo y entre viaje y viaje la vio crecer, a la par que él también lo hacía. La muchacha continuaría orillada en aquel río. Cada vez que nuestro héroe visitara la ciudad no podría evitar hacer una visita a donde ella siempre había estado para, de lejos, analizar sus movimientos y escuchar su risa. Se sentía adalid de dos Destinos entrelazados pero nunca unidos.

Leyó, viajó, adquirió experiencias e ideas y perdió otras, conoció terceras orillas del río. Pasados los años y detenido nuevamente sobre la moto, volvió a ver brillar el cabello reflejado en la visera del sempiterno casco. El viejo amigo oculto tras la oscura fachada de un desconocido. Pero ahora todo era diferente. Resultaba imposible buscar en ella a la muchacha de cabello cobrizo. Era irreconocible en su totalidad. Al crecer y madurar, las ilusiones se diluyen en la praxis del ensueño, y él ahora no veía más que una pesadilla abrumadora y violenta en la que —de cuando en cuando, al volver a verla— se adentraba tratando de seguir teniéndola en el olimpo de lo imposible. Todo eso había terminado, ya no quedaban pedestales en los que encaramar su sonrisa. Perdió la inocencia. Tampoco él reconocía al hombre que tras la visera miraba sentado sobre la moto.

Posted by Unknown | | 0 comentarios