Noviembre

El primer día de la semana se escapa por la ventana. Es ocho de noviembre, hace frío y el cielo es gris. Ante nosotros se vislumbra una semana oscura; la culminación —para bien o para mal— de varios años de incertidumbre. Noviembre: cruce de avisos y caminos que el Destino nos ha puesto en medio de la nada, tal si se tratara de una especie de luz para conciencias despiertas, desperezándose entre la cotidianeidad y el pulso contra la crisis. Son tiempos de cambio y de reajuste en lo personal y en lo colectivo. Asisto —con permanente sorpresa— a una serie de inquietantes acontecimientos que no parecen desembocar en algo provechoso. La mencionada crisis va mucho más allá de la simple quiebra económica de un sistema, sino que extiende sus tentáculos por todo occidente, despojándolo de las referencias que hasta la fecha le han permitido seguir latiendo. Nos vemos inmersos en otra quiebra —la de los valores, y no precisamente económicos— que relativiza al futuro e ignora el pasado amparándose en el ahora, consecuencia sin duda de los desasosegados días que atravesamos.

Me siento y enciendo un cigarrillo. Las volutas enturbian el ambiente, siendo éstas cruel símil de la cegada realidad que la sociedad constituye al desayunar cada mañana.

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