Un contrato conformista

Seis de la mañana, hace una mañana preciosa. Como todos los días te levantas y preparas para la rutina, coincidente en fondo y forma con la de la mayoría de personas. Una vida imbuida en convenciones y en constante trajín.

Al nacer, nos dan la bienvenida una serie de normas y costumbres comúnmente denominadas “sistema”. Ese sistema, ese conglomerado de ideas, creencias y leyes inmutables nos acompañan y orientan en una sola dirección, la productividad. Se trata de un contrato que escribimos con nuestro día a día, y que rubricamos con el miedo a tratar de cambiarlo.

Somos nosotros los que mantenemos este sistema, cumpliendo un contrato que jamás nos hemos parado a pensar o que, de haberlo hecho, probablemente sólo nos haya reportado dudas y cuestiones que nos parecen lejanas, como una nube a la que solo podemos mirar y no alcanzar, o que de hacerlo, se esfuma ante nuestras narices. Craso error.

Tan solo hay que ponerse en pie… y ser valiente.

En líneas generales éste es el contenido:

— Yo acepto la búsqueda del confort como el fin supremo de la humanidad, y la acumulación de riquezas como el mayor logro de mi vida. Cuanto más infeliz sea, más consumiré, y así contribuiré al buen funcionamiento del sistema.

— Yo acepto que la investigación relacionada con mi salud esté en manos de empresas cuya única motivación es generar beneficios.
No me preocupa que las farmacéuticas financien los congresos de medicina y que controlen así la información que les llega a mis médicos.

— Yo acepto dejar mi salario a los bancos para que ellos lo inviertan en aquellas actividades que más dinero generen, independientemente de su moralidad o de su impacto ambiental.

— Yo acepto que las autoridades guarden todos los datos sobre mí que tengan. Confío en ellos y no me importa llevar DNI con microchip, ni dar mi huella ocular al entrar en otro país, ni tener que enseñar el contenido de mi ordenador en aeropuertos.

— Yo acepto los paraísos fiscales para que ricos y delincuentes no paguen los impuestos que yo sí pago.

— Yo acepto que los bancos internacionales presten mi dinero a países que quieren armarse para ir a la guerra, y que puedan elegir dónde se libran las mismas. Soy consciente de que lo mejor es financiar a ambos bandos para que el conflicto dure el mayor tiempo posible, no sólo para ganar más dinero sino para que luego puedan hacerse con sus recursos cuando no puedan devolver los créditos.

— Yo acepto que la publicidad me cuente mentiras y que me haga desear cosas, que cuando consigo, me aportan poco.

— Yo acepto que el poder esté en manos de las personas más ambiciosas y con menos escrúpulos.

— Yo acepto que los partidos políticos aglutinen a lo peor del país y que cada 4 años me cuenten lo que saben que quiero oír para llegar al poder.

— Yo acepto que los medios de comunicación estén concentrados en las manos de grandes poderes económicos, puesto que sé que harán un buen uso de ellos. Acepto creerme sólo lo que los medios dicen y pensar que lo que se dice fuera de ellos son bulos para gente inculta y crédula. Yo acepto esta matriz en la que me han colocado para que no pueda ver la realidad de las cosas. Sé que lo hacen por mi bien.

— Yo acepto que las noticias recopilen lo peor que ha pasado en el planeta ese día, para que me sienta impotente y piense que no hay nada que hacer. Sé que alimentar el miedo, la rabia y la desesperación es lo mejor que pueden hacer por nosotros porque creer que se puede cambiar algo es peligroso.

— Yo acepto las versiones de los acontecimientos que me dan los medios y apoyo todas las divisiones entre seres humanos que me quieran contar los gobiernos. De esta forma podré focalizar mi cólera hacia los enemigos diseñados por ellos, y no me opondré a acciones bélicas que respondan a intereses político-económicos.

— Yo acepto que se condene a muerte al prójimo, y se nos aliente a acabar con él, siempre que su gobierno haya sido declarado por el nuestro como su enemigo.

— Yo acepto que se desechen toneladas de comida para que no bajen los precios internacionales. Me parece mejor que ofrecérsela a los miles de personas que mueren de hambre cada año.

— Yo acepto que la libertad es tener dinero para poder satisfacer todos mis deseos.

— Yo acepto que se hagan guerras por motivaciones económicas como el petróleo, reactivar la economía o dar salida a los stocks de armas obsoletas. Hay que hacer lo que sea para mantener el sistema en marcha, porque es sin duda el mejor de los posibles.

— Yo acepto comer carne bovina tratada con hormonas sin que exista obligación legal de indicarlo en ninguna etiqueta. Yo acepto servir de cobaya y comer carne de animales engordados con piensos transgénicos, para comprobar si aparece alguna anomalía a largo plazo.

— Yo acepto pagar el precio más bajo posible por la carne de los animales que compro, por lo que me parece bien que los traten mal, con tal de abaratar su carne. Al fin y al cabo somos una especie superior.

— Yo acepto la política de «revolting doors» (puertas giratorias). Sé que los directivos de organismos internacionales como la OMS, la OIT, el FMI y el Banco Mundial son ex- empleados de grandes corporaciones, que saben que «portándose bien» volverán a esas corporaciones al año siguiente ganando cantidades astronómicas.

— Yo acepto la hegemonía del petróleo en la economía, a pesar de ser una energía costosa y contaminante, y estoy de acuerdo en impedir cualquier tentativa de sustitución, puesto que la implantación de los métodos de energía libre —ya descubiertos y silenciados— sería una catástrofe para el sistema.

— Yo acepto que el valor de una persona dependa de su capacidad para generar dinero y de si aparece o no en público. Tomaré como mis referentes personales las personas que aparecen en la televisión, e intentaré ser como ellos.

— Yo acepto que se paguen fortunas a jugadores de fútbol y a actores, para convertirlos en nuestros modelos a imitar. Me parece totalmente lógico que se pague muy poco a los profesores que se encargan de formar a las generaciones futuras.

— Yo acepto que los mayores sean considerados un estorbo y no sean nunca nuestro modelo, puesto que como civilización más avanzada del planeta —y del universo, ya que es imposible que existan más— sabemos que la experiencia no tiene ningún valor.

— Yo acepto la competencia como base de nuestro sistema, aun cuando soy consciente de que este funcionamiento engendra frustración y cólera para la mayoría. Sustituir la competencia por la colaboración sería un error.

— Yo acepto usar aquello más valioso que tengo —mi tiempo— en hacer un trabajo que no me gusta, para poder comprar muchas cosas con las que evadirme de la vida tan vacía que llevo.

— Yo acepto la destrucción de los bosques y la desaparición de especies naturales.

— Aunque nuestra historia está plagada de conspiraciones políticas y políticos ambiciosos, yo acepto que ahora todo ha cambiado y que nuestros dirigentes sólo buscan nuestro bien. Las organizaciones secretas de políticos y grandes magnates como el club Bilderberg, la Trilateral o el Comité de los 300 no existen.

— Yo acepto que el sistema actual es el mejor de los posibles. Se ha pasado la época de los grandes ideales. En el mundo deben mandar las personas sensatas y realistas que cuidan por mantener el sistema. Tengo miedo de que las cosas cambien porque los soñadores sólo traen problemas e inestabilidad.

— Yo acepto esta situación y admito que ni yo ni nadie puede hacer nada para cambiarla.

— Yo acepto no hacer preguntas, cerrar los ojos a esto y no oponerme a nada.

— Yo acepto ser una pieza de un sistema, adaptarme a él y enseñar a mis hijos a adaptarse a él. Mi prioridad es mantenerme en el sistema y nunca me cuestionaré si me permite o no ser feliz.


Nosotros mantenemos lo anterior. Cada uno de nosotros tenemos el poder de cambiar las cosas. Uno a uno, podemos detenernos en esta carrera hacia el sinsentido de una humanidad sin humanos, sino de máquinas sumisas, y replantearnos siquiera un segundo si somos felices, si hay algo de lo que nos rodea que valga la pena, o si por el contrario, lo externo no es más que una fachada bien labrada y de aspecto bonito.


Una mente abierta puede cambiar el mundo.


—Gracias en especial a Vik—

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El universo conocido

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Reivindica lo simple

Las últimas motas de luz escapan por el patio. Todo oscurece y fluye hacia la penumbra. Noche de locos, mundo real, sociedad cansada, ultrajada por los tiempos del qué dirán y por la retorcida maquinaria comercial.

Así estamos, no hay más. A veces me pregunto qué es lo que sacamos en claro de todo esto, unos cuantos placeres diluidos en la rutina, y vuelta a empezar. No hay manera, supongo que debe ser así, y aunque es bello vivir en una urbe cosmopolita y moderna, a veces dejamos escapar de entre nuestras trajinosas manos cosas tan simples como, por ejemplo, el olor a tierra mojada, el roce de la arena entre nuestros dedos, o el milagro de la sonrisa del niño que ve partir hacia los cielos al pajarillo que persigue.

Es mucho más sencillo de lo que aparenta, tan solo basta con detenerse y mirar la gastada suela de nuestros zapatos.

Lo más grande… en lo más pequeño.

Por eso reivindica lo simple.

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