El vuelo del fénix

Me siento en medio de la vorágine, completamente ajeno al revuelo de mi alrededor. Ha anochecido y las tiendas de campaña crecen cuales setas en un campo de cemento, siendo único testigo un olivo de cobre. Lo miro a lo lejos, a sus pies —camufladas entre las losetas de granito—, planchas de acero moldeadas con restos de basura, teclados de ordenador e insignias de marcas de automóviles. Paisaje urbano. Triste metáfora de la vida solidificada de sus habitantes.

Chillidos histéricos de quinceañeras obsesionadas. Esperan desde hace una semana —desafiando al viento, la lluvia y el frío— el concierto de su grupo favorito. Modas impuestas y diversión planificada. No tengo claro qué es lo mejor. A un lado los artificiales gustos musicales, al otro, su entretenimiento. Se trata de un debate personal, es posible que sin estas distracciones su vida fuera demasiado gris. Sin embargo, en mi fuero interno imagino otro tipo de plaza, más luminosa, más verde, más humana, menos dirigida… y menos controlada, en donde cada cual tuviera menos condicionantes diseñados para dirigir nuestros gustos de quita y pon; unas necesidades lisiadas —cojean, nunca una vez satisfechas permiten volar plenamente, son hijas bastardas del yo—.

A la luz de la menguante la cerilla ilumina el rostro de este quien escribe, prendiendo el último cigarrillo de la noche. Miro hacia arriba descubriendo algo ya intuido, una cámara me observa pasivamente, con el pálido reflejo de las imágenes procesadas por el ordenador. Y las dudas —una vez más— redoblan su tamborilear en mi corazón: Dentro de lo malo, quizá sea bueno distraer las mentes pero, manteniéndolas ocupadas, tampoco se pueden permitir el lujo de detenerse a cuestionar el por qué de la necesidad de alejarse de la rutina.

Levanto la vista y comienzo a pasear por la plaza de Felipe II de Madrid. Posado sobre nuestro árbol se encuentra un pájaro de colores vivos, que al poco remonta el vuelo perdiéndose tras el relumbre anaranjado de las farolas. Echa a volar tal si se tratase de un fénix renaciendo de sus cenizas color cobre, como una alegoría en la cual se nos enseña mediante guiños que la vida, la pasión, y la naturaleza, están por encima de cualquier obstáculo que el hombre-hormiga trate de interponer entre lo urbano… y lo socialmente humano.

Unos pocos metros más adelante observo otro mensaje inscrito en el pavimento. Reza: “Éste es tu destino”.

¿De veras?

Posted by Unknown |

1 comentarios:

Absa dijo...

Escalofriante, no puedo decir otra cosa.