Una ilusión imperfecta


Cuánto tiempo. O no. El instante es el primero, mas el transcurrir entre los sucesivos momentos difiere en definitiva con lo que se me antoja. El ahora, como hecho, es nada. No obstante lo es todo, por cuanto que lo vivido permanece, el porvenir espera para acontecer… y nosotros caminamos. Lo más grande resulta de una acumulación de diferentes pequeños instantes, como si el río no fuera tal sino una suma de sus gotas. Y sin embargo fluye.

Esa especie de suma maestra que conforma la ilusión que llamamos consciencia —como progresión aritmética— no puede ser irrefutable, pues de serlo anularía un hecho: la constatación de que en la vida, como en los sueños, la realidad se dota de una “chispa” que lo cambia todo. Y vemos que no es así. Todo difiere.

La simetría aparente es difusa, no hay blancas ni negras, ni siquiera una gama de grises comprendida entre ellas. Las personas, como hechos singulares, administran con su existencia la inmortalidad que se intuye si disociamos perfección y simetría, entre curva y círculo.

Nada, como comprobamos, es idéntico a lo anterior, ni las gotas antes mencionadas, ni mucho menos las personas. Por ello, se vuelve necesario reflexionar si, en la diferencia, pueda hallarse el secreto de que el instante irreal del presente transfigure la imperfección, vistiéndola de gala, preparándonos para el mañana.

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