Cuando éramos niños

En ocasiones me pregunto si todo lo que gira a nuestro alrededor, si toda nuestra vida, es producto de nosotros mismos o de algo más caótico y más complejo. Contaré una pequeña historia; de esas historias anónimas que de puro vulgares transmutan en verdades universales, en pequeñas esquinas de un laberinto bautizado en nuestro honor.

Es difícil recordar buena parte de ella. Me quedo sentado ante la máquina de escribir y clavo los ojos a través de mis palabras mientras veo aquel juego inocente —que ni es inocente, ni continúa siendo un juego—, en mitad de aquellos años de falsa seguridad. El roce del tiempo marcaría para siempre la memoria; y mientras escribo sobre estas cosas, el acto de recordar se convierte en una especie de reacontecer. Lo malo nunca deja de volver, vive en su propia dimensión, repitiéndose una y otra vez. Te encuentras plantado, ante la frontera de la vergüenza o el atrevimiento, y dudas. Por un instante vacilas entre el ir y venir de la mirada que observa a escasos centímetros de ti, de tal modo que casi oyes el latir de su corazón, o entre la lenta licuación del hielo de tu copa; han pasado muchos años desde que algunos de tus amigos emprendieron ese viaje, ese transcurso sin retorno entre la juventud y la niñez que ahora te planteas transitar. Pero el problema no radica en el éxito o el fracaso en la empresa que acometes en ese instante, se trata del gran salto al vacío que supone perder los infantiles miedos, para crecer como persona, para convertirte en el hombre que aspiras a ser. Los ojos te miran de nuevo, y todos los ojos del mundo; tus padres, amigos, hermanos, compañeros, políticos, granjeros, reyes, mendigos, tus abuelos, hijos nonatos, todas las novias que habrás de tener, o todos los problemas que habrás de superar, pues el mañana es ahora. Y sientes toda esa presión sobre ti, mas tratas de ignorarla resguardándote en “ella”, y al cabo te das cuenta de que todo es banal, que has perdido el alma en la profunda amplitud de unas pupilas, y ya nada es igual, no. Has dado el paso casi sin querer darlo. Entonces, perdida la inocencia y el temor, oyes el aullido desde tu interior animándote a decírselo. De repente el mundo se para, y todas esas gentes que creías fiscalizándote han desaparecido, no quedando sino “ella”. Y te lanzas al camino…

Supongo que en cierto sentido tienen razón: debería olvidarla. Pero el problema es que recuerdas porque no olvidas. Tomas el material donde lo encuentras, que es en tu vida, en la intersección del pasado y el presente. Todo lo que puedes hacer es elegir una calle y viajar por ella, expresando las cosas a medida que van llegando. Ésa es la auténtica obsesión. Todas esas historias, recuerdos de una infancia en el limbo del pasado. Lo que se adhiere a la memoria, a menudo, son esos pequeños fragmentos extraños que no tienen principio ni fin.



Posted by Unknown |

1 comentarios:

La Novia dijo...

Cenizas, Lagrimas, y Sangre…
Pecados, Culpa y expiación…
Un dolor, Un sacrificio y un Porque…