Aprender, aunque sea para olvidar

Nunca había conocido a una persona tan ingenua, tan confiada, tan ignorante de las fuerzas oscuras que obraban en el mundo. Unas veces, se preguntaba si no era simplemente estúpida. Otras veces, parecía estar poseída de una sabiduría singular, refinada. Y en algunas ocasiones, cuando se volvía a mirarlo con aquella expresión intensa y obstinada en los ojos, Héctor creía que se le iba a romper el corazón. En eso consistió la paradoja del año que pasó en Spokane. Nora le hacía la vida intolerable, y sin embargo ella era lo único por lo que vivía, el único motivo por el que no había hecho la maleta para largarse.

No habría sido tan terrible si ella no le hubiera gustado tanto, si una parte de él no se hubiera enamorado de ella el primer día que la vio. Y sin embargo siguió acudiendo a su casa todos los martes y jueves por la noche, muriendo un poco cada vez que ella se sentaba a su lado en el sofá y recostaba su cuerpo de veintidós años en los cojines de terciopelo color vino. Qué fácil habría sido extender el brazo, acariciarle la nuca, cogerla del hombro, volverse, y besarle las pecas de la cara.

Pero sabía que por mucho tiempo que pasara con ella, estaría siempre solo cuando estuvieran juntos.

(P.A.)

Posted by Unknown |

3 comentarios:

Unknown dijo...

Entrada dedicada a Carlos P.

Solo él sabe a qué me refiero.

Un abrazo amigo, quienes vivimos tiempo ha una situación parecida, en la que el azul del cielo dominaba nuestros corazones, sabemos que siempre hay una salida... y ésta es mejor. ;)

Anónimo dijo...

El libro de las ilusiones

Unknown dijo...

Exactamente avispado lector, del amigo Paul Auster (P.A.)

Gran libro que recomiendo leer.

Saludos.