Caminando despacio
Caminaba despacio, entre los
árboles que, de un modo u otro, siempre parecían interponerse en el sendero por
el que un día decidió adentrarse para perder de vista, quizá, atardeceres hoy
ya lejanos. Llevaba consigo una pequeña maleta, lo justo que necesitaba para
apretar el paso si terciaban los recuerdos en forma de quiebros del camino. Vestía
ligero, ágil manera de seguir adelante descubierta a los pocos días del
comienzo de esta historia, cuando reparó en que demasiadas capas de ropa le
impedían despojarse del calor y de la época que pretendía dejar tras de sí,
pese a los fríos que prometían aparecer. Apenas sí llevaba un reloj que, dando
la hora al son del tic tac impulsaba el corazón de nuestro protagonista. Era un
reloj acerado pese al poco peso que importaba, aluminio cepillado por el paso
del tiempo. Un reloj que no marcaba el presente, sino que prometía en
permanente singladura un futuro que por más que llegase, no se instalaba. Continua
promesa del errante porvenir que nos envuelve. Anhelo, en fin, de asir el mañana
y dejar viejas aspiraciones aparcadas en uno de aquellos quiebros.
Pese al camino recorrido no
sentía un alivio significativo, si acaso una ligera distracción momentánea que
le permitía dar unos pasos libre de las motivaciones que precipitaron dicha
decisión. Era de tal magnitud la impronta dejada en su ánimo que se preguntaba
si algún día ésta desaparecería por completo. Marca de procelosas noches y
reflexivas madrugadas, de onerosas diatribas entre el yo y el nosotros y entre
la dualidad adolescente del niño que juega a ser adulto. Juegos que se
demostraron inocentes de los intereses maduros, que pusieron de relieve que
seguía siendo un cándido aprendiz de la vida. Caminaba despacio entre los
árboles hoy, sí.
Si de algo había servido el
sendero era para poner en valor las enseñanzas de sus antepasados que, uno de
esos días, acertó a descubrir prestos a echarle una mano con el relato de sus
memorias. Historias de amores, decepciones, intereses y pasiones, de miedos y
huidas, pero también de valor, de grandeza y sabiduría derramada con sus actos
y recogida hoy en unos humildes legajos archivados en el bosque. Enseñanzas que
parecían reverdecer el camino con su respaldo y que daban esperanza. Nuestro
protagonista no dejó de reparar en esa circunstancia. Esperanza manada del
vacío y de la ausencia de quienes protagonizaron historias. Podía haber un
final del camino diferente al preconizado en origen.
Pese a ello caminaba despacio,
saboreando ahora un pasado tan poderoso que capaz era de dotar al presente de
sus valores y enseñanzas. Si el pasado y la marcha de los que le precedieron
proyectaban luz que empoderaba, podía haber esperanza en su propia historia. En
esas cavilaba nuestro errante viajero. Quizá su propio pasado y lo que dejó
atrás también gozase de tal característica, puede que su propia ausencia
posibilitase la germinación del desenlace que siempre había buscado. Y no
estaría delante, sino tras él. Pese a todo continuó caminando contumaz en sus
pasos, convencido de que una intuición no bastaba para desandar el camino.
1 comentarios:
Estimado Marcelo:
Me ha encantado tu artículo y necesito contactar contigo.Tengo dos nietos que también son nietos de una prima tuya, creo, Maria Jesús Medialadea Miranda. Desde que me jubilé hace dod años me dedico a la investigación familiar en sentido amplio y me gustaría completar el árbol genealógico y que duda cabe que la conexión con los Austria es una curiosidad grande.
mi dirección es: casado.jm@gmail.com
Saludos cordiales
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