Libros en Huelga

Pues eso. Por causa de mis estudios frecuento la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense. No lo voy a negar. Me siento en general, afortunado de pertenecer a la comunidad universitaria. En esa torre de Babel cosmopolita en la que se mezclan estilos, curiosidad, investigación y estudio —y por qué no decirlo, muchas ganas de vivir una vida contemplativa al calor de un Sol que baña los alrededores del campus—, unido a la vorágine de reivindicacionismo veinteañero, paso las horas y los días contemplando, atónito, como las muestras de individualidad son convertidas en volutas de humo disolviéndose en el oscuro vacío al que todos nos vemos abocados llegado el día.

Y nada. Que por suerte o por desgracia —allá cada cual— me ha tocado vivir las reformas de Bolonia —de las cuales no voy a hablar pues tienen múltiple información disponible en Internet—. Sólo quiero comentar al margen de opiniones a favor o en contra que me guardo de ofrecer, las infinitas ganas de los estudiantes de protestar y levantarse cual corcel espoleado por un jinete sin escrúpulos —y en este caso el jinete es el de siempre—. Es una época en la que las grandes revoluciones ya han tenido lugar. No nos queda otra que el recurso al pataleo de segunda división. Eso cuando protestamos, que ya ni eso, pues vivimos en la burbuja que cómodamente ha dispuesto poco a poco la sociedad para alienarnos en la masa, y anular el sentido crítico, escudados en el yo antes que lo demás. Egoísmo en definitiva.

Por otra parte, la fracción de estudiantes que protestan todavía como los últimos héroes en un país cansado y en decadencia, lo hacen amparados en el extremismo político —siempre unidos oigan, qué curioso—. Los jerifaltes y amigos de la demagogia tratan de ganarse los votos de la impetuosa y a menudo extremista masa juvenil, por medio de darse besos en la boca de la mano del victimismo histórico del que hacen gala las minorías políticas —rascando permanentemente favores y prebendas—.

Lo peor de todo es que no sólo acompañan —lo cual me parece estupendo y hasta chiripitifláutico— sino que manipulan opiniones y conciencias por medio de la demagogia barata unida al voluntarismo inherente a la juventud. Así, no es difícil ver veladamente en cualquier manifestación las reclamaciones actuales que la motivan, junto a las viejas, raídas y enmohecidas reivindicaciones de hace setenta años. En este caso no es ya saber de qué pie cojean, sino de hallar qué es lo que no reclaman los subterfugios miserables reacios a mirar al futuro.

Por mí que protesten, pataleen y organicen jornadas de huelga, que como siempre han llegado tarde, mal y muchas de ellas, nunca. Tenemos sin lugar a dudas, la educación que nos merecemos. Entre el pásalo y las humeantes mañanas de jueves, a los protestantes les ha pillado el toro. Y ahora, a llorar. Camaradas, qué malos son.

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