Deseo

Seguimos la serie de moralejas. En esta ocasión permíteme dar la mano a la sesión de las doce, o si lo prefieres, de adultos. Una historieta que –espero- hará reflexionar sobre esos momentos en los que perdemos la conciencia para dejarnos mecer en la ilusión de un momento íntimo.

Hombre y mujer, vida y muerte del sentimiento al abrigo de las sábanas, clímax y descanso de la pasión redimida con un beso y un abrázame a tiempo. Praxis salival en la vega del Guadarrama. Ella, aún excitada, jadea y sonríe. Te mira y sabes que es un momento especial y vulgar a un tiempo. Por qué, te preguntarás, pues porque sentimiento y acción se disocian en el momento en que rutina y costumbre se abrazan. Vulgar como lo son todas esas historias de teletienda, revista y salsa rosa, y a la vez especial porque acabas de regresar de un mundo irreal en donde las sensaciones dominan la existencia, donde el placer obnubila la razón, lejos de cualquier estigma o convención social.

Sin duda lo has pasado bien. Claro, si nos atenemos al acto en sí podemos decir el día de mañana yo nunca estuve allí, qué va, nunca ocurrió. Pero está ahí, y te mira en silencio, sin nada que decir, sin nada que hacer, sin nada que contar… Mañana esta historia será una más, y sin duda no será discernible de otras tantas, por lo que te limitas a vivir el momento sin reparar en el futuro. Un beso y un hasta la próxima sellan al alba todo cuanto de pasión y deseo os hicieron rozar las estrellas. Charlar de tú a tú con la inconsciencia orgásmica te hace pensar al día siguiente si vale la pena sentir sin sentir, besar sin entregarte. Depende –como todo- del cristal con que se mire. Habrá quién lo defienda a ultranza, sexo, libertad, anarquía sexual y tal… Otros lo repudiarán escudándose en la moralina de siempre, y otros –entre los que me incluyo- aprobarán la libre decisión que entraña dejarse llevar, pero que sin embargo piensan que tanto en la vida, como en el amor, hace falta algo más por nuestra parte. Que no se trata de mirar egoístamente el sexo como si de una máquina tragaperras se tratase, en la que echas monedas hasta que cae una, sino que siendo más selectivos esos momentos pasan de ser normales a especiales, por cuanto que aportando una pizca de sentimiento –sin pasarse, eso se lo dejo a los enamorados- le das ese toque particular que la complicidad nos brinda.

En cualquier caso -como digo- probar es sano. De lo que depare el futuro nos encargaremos cuando llegue, que esta noche el crepúsculo ha señalizado con una estrella nuestra particular odisea emocional.



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