Reencuentro

Esta es la historia de un hombre que cabalga las sombras, de un hombre que gusta mecerse en el paso del tiempo mientras observa el mundo que lo rodea. Una historia en letra minúscula, y al tiempo de airadas pasiones y profundas resignaciones. Una historia en definitiva de las que acaban perdiéndose, y de la cual no quedarán más que bisoñas estrellas bautizadas anónimamente por el protagonista. La historia de un hombre escrita por las mujeres a las que amó.

Comienza esta serie de ripios relatos en la bocacalle que media entre la fugaz mirada de una mujer y una avenida adornada con vetustas luces de navidad. Son las ocho de la tarde de un desapacible anochecer de invierno; el lugar, no otro que la ciudad de Madrid, aunque podría servirnos cualquiera, a fin de cuentas semejantes son las historias, parecidos los sentimientos que afloran, pero diferentes los hechos que llevan a las mismas a buen puerto o al temprano naufragio del adiós. Nuestro particular don quijote camina a buen ritmo acuciado por el llanto del cielo, que hasta ese momento no se parece decidir a tomar un respiro. Imbuido en sus pensamientos no repara en la hora que es, y al llegar al número 101 se detiene absorto y perplejo. Es un hombre que vive la vida jugando con los pequeños detalles; dice: “¿De qué si no están hechos los recuerdos, nuestro equipaje del mañana, sino de minucias que nos calan más que cualquier tormenta?” Sin duda ese número -ese “palo cero palo” como dirían algunos- encierra un gran misterio que algún día resolverá. Hasta ese día se limita a verlo aparecer cual Guadiana en su cotidianeidad. Volvamos al 101 de la avenida, en el portal del edificio una mujer trata de abrirse paso hacia el interior manoseando un manojo de llaves, pero al reparar en el hombre que se ha detenido ante ella se da media vuelta. No hay diálogo ni intercambio de palabras, no. Sabe perfectamente de quién se trata, y eso la tranquiliza en parte, mas han pasado años desde la última vez que de sus labios surgió su nombre. Él repara en el color del cabello de su particular coincidencia, a la luz de las farolas semeja el brillo de un atardecer en su hora dorada. Las miradas se cruzan, se estudian como por encargo de una pasión perdida años ha. En aquel tiempo eran jóvenes de apenas veinte años, y su historia no devino en poco más que momentos de intimidad y furtivas experiencias a la luz de la luna de un pueblo lejano. Quedaron sin embargo rescoldos, y la llama aún derrama cera en su recuerdo. Pasan de las miradas a los hechos según se van erizando los vellos de la nuca, y funden pasado y presente con el roce de una caricia brindada a tiempo.

Si algo han aprendido con los años es a no pensar demasiado en el mañana, a actuar en el ahora, a olvidar la indecisión que aflora en los momentos en que no se sabe valorar lo que se tiene, ni de lo que en juego se libra en la arena de los sentimientos. A fin de cuentas siguen siendo jóvenes de vuelta de la vida, y tienen claro que de los encuentros del hoy podrán o no surgir las relaciones del mañana, pero que difícilmente las ilusiones e imaginaciones “antes de” terminan por cumplirse.

Como rezaban aquellos versos:

Vivir no es sólo existir,
sino existir y crear,
saber gozar y sufrir
y no dormir sin soñar.
Descansar, es empezar a morir.

De la mano de las experiencias crearemos nuestras vivencias. Que no se trata de vivir sin más, de esperar en un limbo de cómoda y cálida poltrona a que todo se aclare y los sentimientos se ordenen, sino de experimentar absolutamente todo para poder saber quedarnos con lo que nos realice como personas. Como mujeres y hombres estamos obligados a ello, nadie dijo que fuera fácil, mas… ¿valdría la pena dejar pasar de largo las oportunidades? Personalmente –ahora que he tomado parte en esta historia pasando de narrador a personaje- creo que no.

Posted by Malatesta |

0 comentarios: