La estación

¿Cómo se retoma el hilo de toda una vida? ¿Cómo seguir adelante, cuando en tu corazón empiezas a entender que no hay regreso posible, que hay cosas que el tiempo no puede enmendar, aquellas que hieren muy dentro, que dejan cicatriz?

Esta noche he visto al infinito perdiendo la mirada sobre sí mismo. Hace pocos minutos que has llegado inesperadamente entre brumas y silencio. Hoy he mirado tu foto otra vez. No tienes cara, lo sé. Te tomo entre mis manos y te veo sin vida, vacía como trozo de papel en blanco desechado. Eres un ser sin rostro, pero aún así te conozco, simbiosis perfecta de la resignada desolación. Estás arrugada, quizás por mí, quizás por él, o quizás por el tiempo. En realidad poco importa, porque te tengo de nuevo frente a mí fijando el vacío sobre mi ser, y cualquier razón que arguya para justificar tu regreso se me antoja vulgar y ante todo, estéril. Lo que importa no es ya tu presencia, ni el tiempo transcurrido, ni tú, ni siquiera yo mismo; intuyo la razón de tu presencia, mas antes de razonar lo inevitable voy a columpiarme de la mano de la intuición —ese ángel mujer que como un chispazo nos habita apenas un segundo antes de emprender el vuelo hacia lo desconocido— para poder remontarme al sentimiento primitivo. Ese calor que invadió mi ser nada más verte.

El problema se presenta cuando tratamos de racionalizar las sensaciones para ponerlas negro sobre blanco, piedra sobre piedra. Me balanceo en el divagar de la memoria y del corazón, y con cada latido vuelo más alto, cada vez más lejos del suelo, más inmaterial y más etéreo. ¿Cómo describir ahora lo que siento? Clavo los ojos a través de mis palabras y te veo de nuevo, pero son palabras inertes, en todas direcciones precipitándose ingrávidas como yo en este momento. Tan solo me rodean embriagándome con el aroma de la lluvia. ¿Qué decir? Vuelo cargado del más verdadero de los sentimientos, pero de qué sirve éste si no es para otorgarlo a los demás. Desgraciadamente estoy solo, y el saco continúa repleto, ansioso por ser vaciado para entregarte lo más grande, en lo más pequeño.

Desde lo alto todo semeja verse más sencillo, como si nada aquí arriba tuviera importancia. Realmente me gusta estar aquí, pues al menos flotando parecen los problemas menores de lo que son, y relativamente más llevaderos, porque sólo aquí arriba importan dos palabras, tú y yo. Continúo flotando en esta duermevela, se acerca la hora dorada. Aunque sólo eres un recuerdo arrugado en forma de foto estoy convencido de que sabes a qué me refiero. Es una lástima que no puedas verlo, algún día quizás subamos de nuevo hasta aquí arriba, y llegado el momento en lugar de darle la mano a una foto sin rostro pueda dártela a ti. Ese día, créeme, todo habrá merecido la pena, porque más allá de la distancia pasada nos cobijará la brisa del futuro…

Empieza a oscurecer, y las noches aquí en lo alto se vuelven melancólicas si el que las contempla lo hace en singular, por lo que comienzo el descenso. De vuelta al mundo real, de vuelta a ti sin ti, de sentarnos juntos y mirar al frente, más distantes aún de lo que podamos estar a cincuenta kilómetros. Me niego a renunciar, porque ahora sentado de nuevo con tu foto delante, caótica resignación, veo más claro que nunca que aquella vez que te besé sentí que no quería volver a besar otros labios que no fueran los tuyos, y la experiencia me ha demostrado cuán vacíos me resultan los demás si éstos no portan tu calor, la suavidad de tu piel, ni el brillo de tu mirada.

Así, en este umbral del adiós sin adiós, en esta noria de los pasos perdidos, en este punto y aparte en el que nos encontramos, me siento y miro al frente, pero sé —y sé que tú también lo intuyes— que nada acaba aquí, que sólo por lo conseguido hasta hoy por ambos, esta historia no merece terminar así, con tu foto arrugada y cada uno por su camino, sino que todo en esta vida que vivimos tiene bifurcaciones y cambios de vía.

Estoy montando en mi nuevo vagón; lo siento cálido, acogedor, pero sólo es apariencia. Aún así me siento en él y acciono la puesta en marcha. Es un paso necesario, difícil, pero bueno para ambos. Parto ya, pero antes de alejarme demasiado…

…Te invito, resignado recuerdo, a poner en marcha la locomotora. A separar para volver a unir —bajo el cartel del futuro— algo que nos ha traído hasta aquí. Esto no es más que una estación intermedia a la que hemos llegado sin percatarnos juntos. Salta del andén y sube rápido a tu tren, a fin de cuentas todos los caminos llevan a Roma… Allí estaré, siempre me ha gustado adelantarme a la hora prevista para poder verte llegar en primera fila. Me reconocerás rápido, sólo pregunta llegado el momento al ángel de antes, la intuición, y me verás al pie de la estación con una pizza bajo el brazo…

Recibe mi beso en este metafórico hasta pronto y se feliz en tu viaje.
Mañana tendremos mucho por vivir…

(Espero que la pizza no se enfríe :P )

Posted by Unknown |

1 comentarios:

ladysitah dijo...

Gracias.(=
No se me olvida,que tenemos una historia que escribir juntos :D
Un libro,en que todas las emociones y sensaciones bailen juntas..(=