El Mirador

Existe un mirador mítico. Uno de esos que te hacen despegar del mundanal ruido para fundirte en la bruma de la noche. Porque es en la noche cuando cobra su mágico sentido. Fíjate que panorama Marcelito —pienso para mí-. Tienes ante ti lo mejor y lo peor de esta ciudad que te ha visto nacer.
No es un mirador al uso y es mejor así. Un amigo lo bautizó hace años como el mirador Hercesa-Caser. De ese nombre así como de las circunstancias que influyeron en su bautismo hablaré otro día, lo importante es que quedó marcado para siempre como nuestro mirador.

Lo conocí una húmeda tarde de hace años. Yo era casi un crío y dí con él casi de casualidad yendo con Carlos, mi buen amigo, por la zona. Semioculto por la maleza, a duras penas se vislumbraba. Con suelo enrejado y muchos metros de caída por debajo, era fácil tenerle cierto respeto. Hoy, desde él se sigue divisando gran parte de la m-30 de Madrid, más contaminada y más urbana que nunca, y que parece decirte desde la lejanía pardiez, estás jodido, aquí en este pozo te verás algún día.

Son muchos los recuerdos que se derraman como una cascada por mi memoria al mencionar aquel lugar. Días en los que Carlos decía joder tío, lo que es la vida. Buscando siempre un sentido a nuestro sino, a veces entre los cálidos brazos de una mujer, otras en las grises fachadas de Sol e incluso besando las copas bañadas en alcohol, en noches que prefiero no recordar.

Curiosa la forma en que las horas pasan por allí arriba. Y es que uno nunca sabe si esa será la última noche que pise aquel lugar, y por eso trate de inspirar unas últimas volutas de libertad por encima del abismo antes de su fin, y el de todos aquellos recuerdos y reflexiones que nos forjaron como personas y como hombres.

A cierta hora, como salidos de la nada, se reúnen puntualmente cuatro antiguos amigos. No se saludan más que con la mirada, entre ellos las palabras sobran. Se dedican a mirar al vacío y a contemplarse a sí mismos, en ocasiones con auténtico riesgo de levantarse de la mano de la poca cordura que conservan y dar un paso al frente. Un paso que los haga caer en las tinieblas del olvido.

El mirador Hercesa-Caser, último reducto de los librepensadores.

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