Una mañana cualquiera

Son las nueve de la mañana.

Tras una noche en la cual me ha costado conciliar el sueño, debido a preocupaciones que no vienen al caso, me veo ahora escribiendo estas líneas en busca del sino de este mi ser.

Me asomo por la ventana y ¿qué veo?

Una pequeña rosa roja despunta por el alféizar, seguida por otras dos pequeñas aprendices de flora.
El cielo azul me avisa de un nuevo día radiante, pleno de calor y de los suaves vuelos de alguna rapaz despistada.
El sauce llorón acaricia el flanco oeste, recordándome un pasado en el cual fue grande y bello, ahora implorando por las esquinas de mi ventana en busca de su alter ego, inexplicablemente desgajado por la chispa inexorable.
En el centro de mi visión, el níspero mediterráneo, cuajado de fruto, parece saludar con sus hojas rampantes, queriendo alcanzar un cielo al que sin saberlo, posee desde el día de su alumbramiento.

Árboles, casas, pájaros, agua, puestos en la vida por no se sabe quien, gozoso quizá, de ver a los miopes terrícolas vagar por una tierra fruto del amor, ahora hundida en la desdicha de quien se sabe heredero de un Destino.

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