Don't Forget

Chan, crack, ziaaang, el rompe y rasga que mutila la conciencia y la visión de la guerra. Sonidos guturales de soldados con medio pie en el otro barrio, gritos desgarradores de madres violadas, llantos de niños huérfanos que lloran sin comprender, todo eso y más es la cotidianeidad de algunos hombres, mujeres y niños al otro lado del Adriático, en todo el mundo, ahora y siempre.

Creemos que la guerra terminó, que las imágenes no son más que segundos de lejana irrealidad en el telediario, pero no. La lucha fratricida entre familias, vecinos, hermanos, no ha terminado. Todos ellos se enfrentan a diario en la más cruel de las guerras, la que se alimenta de rencores pasados. Suelen llamarla guerra civil, pero yo prefiero mentar a la madre del chupatintas que inventó tal eufemismo en mangas de camisa, con la secretaria trayéndole café, gracias, cómo van las cosas, bien, muy bien, siete mil muertos por aquí, diez mil por allá y me llevo cinco, diablos, este café está ardiendo, oye, preciosa, si eres tan amable tráeme los porcentajes de intención de voto. ¿Tomas una copa a la salida del trabajo...? No fastidies con eso de que estas casada. Yo también estoy casado. (TC)

Se trata de un largo álbum de viejas fotos, de imágenes que se funden unas con otras, de recuerdos propios y ajenos, vivos o muertos. En realidad todas las guerras son la misma. Los mismos dolores, las mismas miradas, el mismo niño de tez grisácea por el polvo, siempre hay un patrón. Sin embargo, a las guerras civiles yo las llamo “las guerras”, las demás, entre ejércitos lejanos, no son más que conflictos de intereses creados por las altas esferas, donde muerte y destrucción para los mandos y políticos no son más que cálculos de probabilidades, y el olor a putrefacción cala en ellos sólo al sacar la bolsa de la basura. En la auténtica guerra, en la trinchera, en la linde del camino, allí en donde puedes sentir temblar el suelo bajo tu barbilla, los bajos impulsos dominan el instinto, ciegan la razón y propagan la simiente del odio y la destrucción. Es la barbarie innata y desatada del ser humano. No hay más ideología que la necesaria para apuntalar las bases de la cólera y encender la pólvora de la venganza acumulada.

Sin embargo todo eso queda muy lejos, y es una realidad incómoda. Muchos optan por ignorarla, mientras piensan en lo dura que es su vida y en lo desgraciados que son. Los vecinos de éstos se mostrarán “orgullosos” de nacer en un país en paz. Otros, los más despreciables, en un alarde de cinismo se pararán a pensar a la vista de las imágenes de la televisión a mediodía en lo horrible que es, mientras se rascan un pie con otro, mientras imbuyen la realidad en un plato de lentejas.

Citando a Tim O’Brian:

— Una autentica historia de guerra nunca es moral. No instruye, ni alienta la virtud, ni sugiere modelos de comportamiento, ni impide que los hombres hagan las cosas que siempre hicieron. Si una historia de guerra parece moral, no la creáis.




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