Balas y Peluches

Qué podemos pensar si miramos una fotografía. No es una imagen cualquiera, es una cruel y explícita paradoja de la triste realidad —dura y lacerante en ocasiones— a la que se enfrentan miles de seres humanos todos los días. En la captura aparecen dos elementos antagónicos, que por obra y gracia del cruel Destino se ven hermanados. Una magnum y un conejito de peluche.

Seguimos mirando la foto, levantamos la mirada y nos replican unos ojos oscuros. Nos miran con desconfianza y miedo —han conocido el dolor desde bien pronto—, y aún estando asustados sacan fuerzas para lanzar al vuelo un deje amenazante.

Pistola y conejito, sangre y limpieza, pulcramente hermanadas en la tragedia. Porta el arma erguida —lo que sea con tal de sobrevivir—. Parece susurrar entre los clicks que amartillan con lacre el cruel desenlace que no hay alternativa, o al menos no la conoce. Salpicada de sangre y herida en su corazón, la pequeña no acierta sino a asir su peluche con la mano libre, último eslabón que mantiene unidos sus ahora ya lejanos recuerdos de sábanas cálidas y sueños por cumplir.

Ahora el singular trío permanece en silencio. Esta noche nuestra protagonista dormirá sola. Doce años y un revólver para proteger, un peluche para consolar, y un cigarrillo para olvidar.

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