Caladas a medianoche

Son las doce de la noche, y dos amigos acodan sus vivencias en el zinc de la barra del único bar abierto de esos distantes lares. Es una noche de libro, tapas, círculos de vaso de cerveza y humo a cigarrillo. De fondo suena la radio, emite los pitidos que anuncian el ocaso del día, como el ave fénix puntual y contumaz que repiquetea los desvelos. Sin que se percaten de nuestra presencia nos sentaremos a su lado y, como irreverentes espías escucharemos la conversación. Lleno de feriantes, dice uno de ellos. Este mundo está lleno de feriantes, casi todos toman partido y buscan su beneficio regidos por la única ley que conocen, la del dinero. A todo esto, su amigo echa un trago a la taza de té y sentencia; si advierten y coartan la libertad de información no es sino por miedo a perder el tinglado que durante años han montado. Si de veras buscaran la verdad no pondrían pegas al desbaratamiento de su teoría, conscientes de que en favor de la verdad a veces se cometen errores. Pero no, no lo hacen, advierten y sentencian, califican de arpío al disidente, que no es otro que alguien que busca por su cuenta la verdad. Miedo me da, porque demuestran que poco les importa que lo que cuentan —y venden— sea verdad o mentira, lo importante es el sonido del cash… ¡Qué decepción!

Creo que sobran comentarios.

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