Huella

Tratas de escapar, pero no puedes. Sentado en el coche pasas el trapo por el cristal —aún marcado por la humedad de las noches en que la luna bañaba su cuerpo desnudo—, y vas limpiando recuerdos. Uno a uno, cada caricia, cada beso, lo repasas despacio, sin prisas, al tiempo que vuelves a paladear ese pellizco que erizó tu piel, o aquella mirada de sábado noche que prometió no morir nunca. Sigues limpiando como uno más en domingo, miras el asiento y ves un pelo, o dos. Puede que muchos, o puede que ninguno. Es curioso ver como vamos dejando nuestra huella a cada paso.

Ahora ya nada importa. ¿O acaso importó alguna vez? Vuelves también a sentirte egoísta, limpio y auténticamente libre. El cristasol rezuma agua de limón. Aún huele a ella. Me enamora el olor de la indiferencia.

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