Llueven Piedras

Llena dos copas y siéntate. Una es para ti, la otra para tu sombra, aquella que está ahí de pié, simulando no existir. Parémonos a pensar, recordemos qué nos ha traído aquí. Posiblemente te lo preguntes y desconozcas la respuesta, pero dirás, quién sabe. Mi consejo ante la duda, no mostrar más debilidad de la necesaria para denotar humanidad. Cierra los ojos y escapa, pinta tu realidad de transparente luminiscencia y haz memoria. Qué ocurre esta tarde ahí arriba. Pregunta a la sombra que por nombre apela al deseo. Susurra entre trago y trago —recuerda que está ahí contigo, silenciosa espectadora— que has perdido el norte. Qué curioso ¿no es cierto? Besa con tus labios de caliza, añade a continuación tu alter ego, esa voz evanescente que viene y va al son del licor y la maría. Y entonces lo haces. Te levantas y dejas tu oscuro rastro plantado, regresas a la realidad.

Unos ojos caoba te están mirando con las pupilas dilatadas, y sólo el rumor de la resaca martillea tu conciencia. Pero estás ahí, plantado a cincuenta metros de altura cogiendo de la cintura a esa chica de la que no sabes más que viste de verde, y que escala la rutina de lunes a jueves leyendo libros. Y ahora esos ojos miran tu alma, y leen inquietud. Mas no importa, esa sombra alcohólica ha quedado en el limbo de las dudas, y vas y te lanzas. La besas, sientes la humedad de su lengua enfervorecida, al tiempo que tratas de buscar una justificación ante la ortodoxia, pero no la encuentras. No la hay. Cruel pesadilla o dulce sueño, date prisa en discernir, porque este beso está durando demasiado y la pasión está ascendiendo por las paredes de la torre, no queda mucho. No, nein, niet, de hecho ya no queda nada. Tu grupo ha pasado de largo hablando de rocas sin sentido y materiales secos de erosión, mientras tú y tu acompañante humedecíais vuestra tarde con lágrimas de plata. Para ellos llueven piedras, ya ves, para vosotros eclécticas sensaciones.

Ve despidiéndote, se alejan esos bastardos. Pero no olvides volver el rostro hacia aquella torre, no en vano no volverás. Acabas de dejar plantada a la sombra que durante años ha sido tu fiel escudera en el país de la frondosa pleitesía. Y no me des las gracias, Marcelito. Tan sólo soy la misma voz que hace escasos instantes dio vía libre a tu locura.

Posted by Unknown |

0 comentarios: