No habrá más tiempo

Hay un momento en que todo se para, y sólo escuchas los pensamientos de tu acompañante. Ese momento lo viví anoche. Eran las diez y cuarto y la plaza de las Ventas empezaba a dormitar, tras una tarde en donde valor, sangre y virilidad daban paso a mi particular faena.

Los mismos ojos que hasta hace minutos te miraban con amor ahora desbordan lágrimas de impotencia. Esa chica con la que has compartido buenos y malos momentos —cenas, fiestas, viajes, pasión, en definitiva, tu pequeño alter ego en este ágora al filo del abismo—, mira al infinito; y no ve más que destellos centelleantes entre el mar de pena que la envuelve.

Permanece callada, el dolor desgaja su corazón ante tus propios ojos, y sabes que es por tu culpa. Entorna la mirada, baja la cabeza, y las lágrimas fluyen por su piel hasta colmatar sus mejillas, cayendo sobre la camiseta y mojando su pecho. En silencio.

Tras un breve respiro se levanta y dice; tengo que irme. Te incorporas y la acompañas al metro, y al llegar a las escaleras se detiene, da media vuelta y lee tu alma más allá de cualquier dogma, enseñanza o práctica, como sólo una mujer en horas bajas es capaz de hacer. Entonces coges, te acercas y la besas en la mejilla. Está fría, y salada. Y en esas que da media vuelta y apostilla, espero que al menos haya valido la pena. Tira el pitillo y baja la escalinata del suburbano, perdiéndose en su insondable caminar.

Y te quedas plantado, viéndola desaparecer. Han pasado cinco minutos cuando empiezas a caminar casi automáticamente calle de Alcalá arriba. Tras unos breves momentos en el limbo del desamor pasas la lengua por tu labio superior, y sabe a ella; a lágrima. Y te das cuenta que la has perdido, sólo conservas el recuerdo de su silueta perderse en el metro, y ese salado sabor.

Comprendes que en el juego de la vida a veces te hieren y otras, por desgracia, tienes que herir. Aún cuando sabes que es por vuestro propio bien.

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