A. de S.

Las calles de Madrid, ya entre oscuras tinieblas, apenas desgarradas por farolillos aquí y allá, languidecían en los últimos estertores de un pasado que se antojaba inalcanzable.

Entre las sombras de un callejón cercano a la plaza del Callao, una mujer es arrastrada entre lágrimas por un ser sin rostro, apenas definido por el brillo metálico de su quijada.

Pasaban las siete de la tarde de una fría y húmeda jornada invernal, era el ocaso de una vida.

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