Javier, Frutero

Hola, mi nombre es Javier, aunque nadie me llama así. Prefieren, ignoro si por gusto o por ignorancia, llamarme frutero.

Las personas no suelen reparar en que los que somos llamados objetos, tenemos personalidad, aún más, somos mucho más que artilugios inertes. Bueno, en realidad sí hay un chico que sabe de mí y me presta más atención, se llama Diego y es un niño de seis años, avispado, inteligente y simpático.

Todos los días entra en la cocina y mira hacia donde estoy, azul y verde, granado, colocado encima de una mesa de madera oscura, de cuatro patas y buen porte.
No suele saludar, pero yo sé que sabe de mi existencia solitaria, ocasionalmente acompañada por cadáveres de fruta recién cosechada.

Yo sé que me conoce porque un día, mientras jugaba con sus cochecitos en la mesa, me dio un golpe y me caí. Sus padres se enfadaron mucho porque me había tirado al suelo, rompiéndome en varios pedazos. Después de la regañina y de sus pertinentes lágrimas azules, vino hasta mí y me acarició, disculpándose con el corazón. Yo acepté sus disculpas, por supuesto, nadie hasta entonces me había tratado tan humanamente, nadie.

Y fue Diego, como digo, quien me demostró que la humanidad, reside en la enrojecida mirada de un niño arrepentido.

Ahora recuerdo ese momento con nostalgia. Por desgracia, el paso del tiempo actúa sobre todos y, aunque recuperado, añoro aquella mirada, aquella complicidad que Diego emanaba con todo su alrededor.

Han pasado los años y él ahora ya es mayor y como por arte de magia, negra por supuesto, ha olvidado todo. Ya no sonríe al mirarme y me pregunto, ¿Dónde han quedado los juegos? ¿En qué momento perdimos, él y yo, aquella cálida amistad que nos hacía ser humanos?

Ahora ya no importa, pues veo con resignación que vuelvo a ser inerte, mas fue bonito mientras duró…

Posted by Unknown |

0 comentarios: