Egolatría

Ese ego, que ni mata ni siente pena. El mismo ego que no pregunta, ni se altera. Tan estólido, que de puro valiente no se rinde ni ante la evidencia…

Por qué, me pregunto. Qué tiene esa presuntuosidad que tan extendida parece hoy día. Ese ego, que hiere sin proponer y mata sin avisar.

Dónde —me cuestiono— ha quedado la humildad, ese crepúsculo actualmente guarecido de las sombras de este mundo. Ese ego, que roza lo superfluo o penetra hasta los pozos del infierno.

En cualquier caso, hoy el ego me ha mirado a los ojos y me ha llamado pardillo. Oh sí, lo soy. Pardillo ante la frágil mirada de quien no ve más allá de su propia ignorancia. Ajeno a su manera de entender la vida. Miserable despojo de carne humana que continúa respirando por un leve capricho del azar, mientras escribe estas líneas bañadas de profunda e hierática penitencia.

El ego. Mil veces repito la palabra y no deja de doler. Eterno fluir de sangre en vano derramada en pos del crecimiento personal.

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