Réquiem del Solitario

Camina solo. Siempre ha sido así, y eso le gusta. Algunos aventurados prejuiciosos en su día lo calificaron de misántropo, pero él está por encima de cualquier adjetivo o convención social, simplemente no comparte los ideales de oferta dos por uno de sus congéneres. A su alrededor desfilan edificios tan grises como las vidas de sus inquilinos, y sobre la tez se han deslizado todos los vientos del mundo, del siroco a los alisios, fieles y contumaces compañeros desde el Adriático hasta el mar del Japón.

Un Sol en fuga perfila una silueta tan escuálida que bien podría evocar la misma nada, mientras que por la margen izquierda del río cenagoso y pútrido que hace las veces de escolta se desdibuja en la bruma pertinaz nuestro protagonista. Amigo sólo de su propio saber y del camino que hace al andar, observa en derredor un mundo que no llega a comprender, pero del que se resigna a transitar en busca de su sentencia particular.

Él es el antihéroe, aunque todo le de lo mismo. Su mirada —vacua y cansada— propaga a la sombra de los vientos el gran chiste del mundo que nos rodea. Pero eso es algo que viene dado desde la noche de los tiempos, y él no desea más que pasar inadvertido y echarse a dormir…

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