El Libro de las Sombras

—Y entre susurros se sumió en el más profundo de los sueños, aquel que media entre dos eternidades—. Así acaba cierto capítulo del libro de las sombras. No es de extrañar, por otra parte. Actualmente conciencia, honor y voluntad parecen haberse emancipado de las inherentes características de cualquier ser humano, sumiendo a éste en un vago y brumoso páramo desierto. Por contra, valores como el idealismo del yo, y de las costumbres, como la sumisión —todos ellos de dudosa valía—, parecen ocupar su puesto al tiempo que reclaman nuestra parcela volitiva.

No me quiero desviar porque lo que pretendo decir no es fácil, pues pertenece al etéreo mundo de los seres sin rostro y de las virtudes olvidadas. Existen a mi juicio dos grandes grupos de personas, a su vez divididos en pequeños subgéneros y ramas de un mismo tronco principal. Tomando no sin cierto reparo algunas ideas de Nietzsche, podemos distinguir entre personas que cargan sobre sí con la sumisión de lo cotidiano, de las normas y actitudes bien vistas por la sociedad, y personas rebeldes, no sin causa, sino contra un mundo que no los satisface. Ciudadanos que se niegan a serlo, que levantan los puños reclamando una individualidad que se empeñan en arrebatar la sociedad y el sistema.

Visto así es fácil caer en la idea —errónea por cierto— de que nosotros somos rebeldes, que luchamos. No, no luchamos. Dejamos de hacerlo hace décadas, en el momento en que la televisión y demás comodidades rodearon nuestro ambiente alejándonos de lo natural en un ser humano, la duda, el cuestionamiento de nuestro entorno y de nosotros mismos. En definitiva, el inconformismo que nos ha impulsado a crecer como seres racionales desde hace milenios. Ahora es fácil creer en nuestra propia libertad y buen juicio, sin embargo libertad y juicio son palabras carentes de sentido hoy día. Ni somos libres —pues vivimos en una sociedad permanentemente vigilada, estudiada y clasificada—, ni tenemos el juicio necesario. Éste quedó abolido el día que nació la palabra marketing y fue rematado con estudios de mercado. Sí, somos libres de ir al centro comercial que casualmente tenemos en el centro neurálgico de nuestra ciudad, y comprar lo que queramos motivados por el perpetuo asedio de lo novedoso. Hoy día muy pocos luchan de verdad por sí mismos, por la supervivencia de lo que consideran suyo. No culpo a los que no lo hacen —o hacemos, según se mire—, tan sólo constato una triste realidad. Perdimos el control, eso es todo.

Por eso, aquellos jinetes del yo siguen al pie del cañón. Insatisfechos con su entorno, todos los días libran batallas consigo mismos. Sin embargo la guerra no está perdida. Aún no. Todavía hoy día es posible reivindicar nuestra propia parcela en esta ágora cada día más inquietante. Tan sólo basta con pensar, qué es lo que he hecho yo para mejorar este mundo, y salir a la calle. Lejos y con la perspectiva del pensamiento es más fácil valorar la empresa que acometemos.

El libro de las sombras no es más que el diario de los que un día decidieron ponerse en pie, y asumir la soledad que provoca la búsqueda de uno mismo y de su Destino.

Posted by Unknown |

1 comentarios:

pupupidu dijo...

Me ha gustado mucho tu texto con el que coincido completamente :o)

Efectivamente hemos perdido el control y desgraciadamente la sociedad nos incita a alejarnos de nuestra esencia...

De vez en cuando uno se da cuenta pero al rato ya nos estamos dejando llevar otra vez ... Lo ideal sería en uno de esos momentos pararnos a pensar quienes somos realmente y a qué queremos dedicar los pocos años que vamos a estar en la Tierra