Pandemónium

Lo confieso, soy un ignorante. No se nada del mundo, tan solo alcanzo a atisbar el colosal tamaño de la máquina que nos rodea, y que comienza a chirriar. Pero eso no es nada y a la vez es mucho, por cuanto la gente de mi alrededor —salvando honrosas excepciones— es literalmente ajena a lo que se cierne sobre nuestras cabezas. Pero al tiempo no es nada, porque el problema escapa a cualquier control, y quisiera poder parar esta gran rueda que gira sin cesar camino del abismo y decir, paren, que me bajo. Lamentablemente eso no es posible, y a cada vuelta de la rueca del Destino que nos acerca al precipicio trato de asirme a lo único seguro, el autoconocimiento y la férrea voluntad del que es consciente de su propio potencial. No quisiera verme sumido en el mismo caos que mis semejantes se niegan a vislumbrar y preguntarme cómo he llegado hasta aquí.

Basta caminar por cualquier noche chispeante de Madrid para darse cuenta. Es casi como un bautismo o un ritual pagano, pero es en esos momentos cuando recuerdas quien eres, y qué estás haciendo aquí. Bajo las mismas gotas de lluvia de las que los inseguros tratan de guarecerse bajo la capucha de la feliz ignorancia, todo se ve de otro modo. Puede que todo esté escrito, y que las grandes crisis sociales que se avecinan —hermanadas con su alter ego, la pobreza— sean necesarias para renovarse. Así ha sido durante siglos y no veo el motivo por el que debería ser diferente, por cuanto que es en los grandes problemas donde los audaces ven grandes retos y oportunidades. O puede que no —lo cual es inquietante—, puede que viajemos de la mano de la irresponsabilidad y la cruel inocencia de las clases subyugadas por el servilismo hacia el sistema. En ese caso hambre, dolor o miseria adquieren un sentido macabro. ¿Tiraremos al pozo los grandes avances que nos ha costado siglos conseguir? No me extrañaría lo más mínimo. La Historia nos enseña que no aprendemos, hacemos nuestro el dicho de tropezar no ya dos, sino muchas veces con la misma piedra, mientras echamos por tierra con sangre y pereza nuestro mundo.

A mí, particularmente, ya casi me da igual. Creo que no deseo seguir viendo esta degradación del ser humano en mero homínido parlante. Tan sólo lo siento por el jornalero que ara la tierra desde las seis de la mañana, o por el obrero que se deja la piel y el sudor por un mísero salario que le permita dar de comer a su familia. Por la clase dirigente, por aquellos tragaldabas calienta poltronas no lo siento. Pues ni siquiera creo que el pandemónium los afecte. Cómo hacerlo si, erigidos en su alcázar del poder, distan kilómetros de los problemas de a pie. Y si aún así se los llevan por delante —cosa que deseo—, estos bocachanclas dirán, mejor diez años rey, que cincuenta como buey. Los hideputas.

Posted by Unknown |

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado Marcelo, me ha gustado mucho, no se puede expresar mejor, pero a veces aún sabiendo lo que se nos avecina, es preferible ser ignorante, no saber nada, o.......no querer saber.
Sigo pensando lo mismo, muy muy maduro.