Compromiso Nocturno




He subido, gracias a la insistencia de mi amigo Carlos, a Cabeza Líjar de noche.

El objetivo no era otro que contemplar la noche madrileña, ver las estrellas, las luces de las prisas, etc…

Todo fue muy rápido, mi amigo me lo propuso a la hora de comer y esa misma noche nos hicimos los más de 100km para cumplir nuestro objetivo.

Puntualmente, llegué al lugar acordado y partimos. Nos esperaba una subida entre tinieblas, rocas, matojos y quizás, algún zorro.

El camino de la montaña era, en sí, bastante tenebroso, suerte de las luces del coche. Aunque pronto las echaríamos en falta.

Llegamos, cojimos las linternas y empezamos a subir. La Luna, acompañándonos, parecía ser la única testigo de nuestra “aventura”. De suerte que era Luna llena…

Las bajas temperaturas hicieron estragos, sumiéndonos en dolores de garganta y oídos, pero no nos echaríamos atrás, no ahora.

Culminamos la ascensión, el viento cortaba nuestras gargantas. Las estrellas, burlonas, se ocultaban tras un fino velo de seda. Las nubes, como tantas veces, habían querido ocultarnos parte de la bóveda celeste. Sólo Orión centelleaba, recordándonos su pasado.

Y allí, sumido en el frío, ajeno a los quehaceres de mi amigo, renové mi compromiso con el Padre. Tumbado, reflexivo, el frío desapareció de la vista y apareció de nuevo aquella mágica sensación, un sentimiento de emoción me recorrió de arriba abajo y supe que había hecho bien en ir hasta allí a reunirme con las estrellas, mi verdadera patria.

Carlos no supo de aquello, me vio tumbado, es cierto, pero no comentamos nada al respecto, supongo que me dejó tranquilo, consciente quizás, de tan importante momento.

De aquella noche sólo han quedado unas fotos y un bonito recuerdo, el de volver a sentirme hijo de la eternidad, a la cual estamos destinados, de allí procedemos y allí volveremos, en su momento.











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