Desde el Bauprés

Charlando el otro día con un amigo sobre Dios, la creación, etc…
Topamos con un tema en el que no coincidíamos, ¿Por qué estamos orientados al amor, a hacer el bien? Nos sentimos felices al ayudar a alguien, “algo” nos empuja a actuar moralmente, “algo”, que en definitiva, yo lo oriento a la chispa interior que nos aconseja, un pepito grillo, la conciencia.

Sin embargo, mi amigo, lo explica con la educación que hemos recibido y añade que si fuésemos educados para matar lo veríamos normal y nos sentiríamos bien haciéndolo.

Yo lo discuto pues hay claros ejemplos, Sierra Leona es un país en donde se educa a niños desde la cuna a empuñar las armas para matar, no conocen otra cosa, es más no los dejan pensar por sí mismos, drogándolos y doblegándoles a sus intereses.

Sin embargo, a estos niños, cuando consiguen salir de ese mundo, fuera ya de las drogas y los maltratos, aun sin haber sido educados en el bien, se dan cuenta de que estaban equivocados, “algo” les dice que eso estaba mal, “algo”, que no escuchaban cuando estaban metidos en ese mundo cruel de la supervivencia del más fuerte y de la droga que los evadía de la cruda realidad, del sufrimiento que sentían haciendo daño a los demás.

Se drogaban, en fin, para evadirse de la realidad, de una realidad que no les gustaba, que hacía del horror, el dolor, el hambre y el miedo el camino por el que estos pobres niños debían amoldarse o morir.

Por lo tanto, con estos niños, para mí queda demostrado la existencia de “algo” interior que nos anima a hacer el bien y huir del mal, “algo” que cuando lo descubres te llena de alegría y seguridad, ni más ni menos que el Dios que todos llevamos dentro.

Yo lo experimento a diario, más aún cuando por ejemplo, una paralítica me pidió ayuda desde el portal para ayudarla a bajar las escaleras, lo hice encantado, sintiendo en cada escalón salvado, el bien que hablamos.

Ese día, postré mi alma ante aquella mujer heroína de la vida y la superación.