Maestro de Sabios


La noche calmada, cuajada de estrellas, nos bañaba con su portentosa majestuosidad.

Júpiter, en un momento de respiro, brilló anunciando buenas nuevas.

Algunos satélites, obras humanas de metal, escupían destellos de magia, alborozados por su reflejo del gran Sol.

Los niños, pasmados ante tanta grandeza, no dejaban de preguntar.

¿Qué es aquello? ¿Cómo es posible? ¿Por qué no se caen? Y yo, divertido, trataba de responder. Sus miradas lo decían todo.

Algún avión despistado cruzaba en ocasiones nuestra vista y los niños, de nuevo, sorprendidos.

Y es ahora, al recordar esos momentos, cuando vuelvo a disfrutarlos, nunca hay que perder la capacidad de asombro.

Su sorpresa era mi estímulo, pues aunque en ese momento yo era el maestro, los sabios eran ellos…

Poco a poco, más cercano el día de emprender el vuelo hacia un mundo mágico, desconocido y posiblemente, sin fin.
Murcia, noche de un veinte de junio...

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